Para tener consciencia y tomar conciencia de la tiesuna que padecemos basta con observar la vida cotidiana. Todo connota una situación que aún podría empeorar, aunque oigo a Carlos Floriano anunciar que estamos progresando. Pero de qué progreso hablan. ¿Se puede llamar progreso a un bienestar que acaso acabe mañana con los últimos resquicios de los derechos que ahora nos venden como privilegios? Ya ven dónde quedaron las becas, tiritando están las personas dependientes, mucho más quienes están a su cargo y se dan cuenta del futuro incierto que les espera. En Andalucía hemos pasado de premiar con 600 euros a los estudiantes que regresaban a clase a dejar a miles de alumnos de Formación Profesional sin plaza este curso. Otro dato que da idea de la que tenemos en lo alto son los 700.000 españoles que han emigrado desde el 2008, así como la desesperación de los pacientes en lista de espera o los pagos que no se cumplen. Y podríamos seguir, pero existe para mí una realidad que vengo percibiendo como la prueba irrefutable de nuestra indigencia y de nuestro retroceso, y no es otra que el estado de los aseos donde con frecuencia escasea el papel higiénico. Es un símbolo. Cuando el Ayuntamiento de Marbella quebró, se decía que no había ni para papel higiénico. El ejemplo marbellí me viene a la cabeza y me aterra cada vez que en un servicio público veo dejadez, el grifo que no va, la cisterna que no corre o el secador averiado; pero visualizo el desastre cuando no encuentro papel higiénico, lo que era normal en este país hace cuarenta años.

* Periodista