Por regla general vengo limitando mis opiniones en este diario al campo de la Arqueología y la realidad universitaria, que al fin y al cabo conozco bien por cuanto constituyen el marco en el que desarrollo mi actividad profesional. Sin embargo, uno no puede desprenderse de su condición de ciudadano, y desde este punto de vista resulta difícil no sentir tristeza, indignación, vergüenza (profundas, reiteradas, amargas...) ante el espectáculo lamentable que desde hace años viene ofreciendo nuestra peculiar clase política. Ya he comentado en otras ocasiones que quien esté libre de pecado tire la primera piedra; es decir, la descomposición de valores que se observa en las más altas instancias de nuestras Administraciones públicas afecta a toda la sociedad y ninguna profesión, colectivo (¿qué decir por ejemplo de los sindicatos...?) o individuo saldríamos bien parados de un análisis en profundidad, por lo que en ningún momento querría resultar dogmático, pero lo que vemos y escuchamos cada día en televisiones, periódicos y medios de comunicación diversos excede lo razonable y ruboriza a las estatuas.

No voy a hablar de tramas o de partidos concretos porque como he dicho antes aquí no se salva nadie; y en ello radica precisamente la gravedad del asunto. Desde nuestra admirada Transición política, en España se ha ido haciendo de la política profesión y son cientos (¿o debería decir miles?) los que han visto en ella un modo fácil de encontrar trabajo y enriquecerse, no siempre de forma lícita. Quedarán, qué duda cabe, políticos con vocación de servicio público, entregados a la comunidad cívica a la que sirven de manera generosa y justificadamente interesada, pero estarán conmigo en que resulta cada vez más difícil identificarlos. De hecho, es raro escuchar las noticias de la mañana sin que junto al café y las tostadas acabemos también deglutiendo una nueva red de corruptelas, del más variado tipo y con ramificaciones tan profundas y diversificadas que uno se pregunta cómo es posible que nadie las haya detectado. La respuesta, por obvia, sobra: quien más y quien menos "pillaba" algo.

Como a las guerras o las muertes en directo, nos estamos acostumbrando a que cada día nos salpimenten el desayuno, el almuerzo o la cena con datos escalofriantes sobre cientos de millones de euros despilfarrados o desaparecidos (aparentemente, claro, porque bien calentitos que estarán en los bolsillos de algunos), y ya nos deja fríos comprobar cómo en el Parlamento o en cualquiera de las comisiones de investigación creadas al efecto los implicados se limitan a llamarse "chorizos", sin entrar jamás con la profundidad que todos desearíamos en la esencia de las cosas (¿se han fijado en que estas comisiones suelen cerrarse como se abrieron, sin llegar a nada?). Son descalificaciones, para qué nos vamos a engañar, un poco barriobajeras, matizadas, eso sí, de vez en cuando, por sinónimos más o menos ingeniosos o de cierta altura intelectual, que para eso se trata también de gente con carrera. Pero lo más escalofriante es que, en estos rifirrafes, los calificados de ese tipo de embutido tan enraizadamente español no rivalizan por presentar pruebas de su inocencia, justificar la desaparición de los fondos públicos evadidos, desmontar con razones profundas y objetivas la calificación de inmoral aplicada a su gestión, o simple y llanamente reconocer su incompetencia o su largueza y pedir disculpas. ¡Qué va...! los argumentos contrarios suelen poner los pelos como escarpias, porque desde las instancias más altas del Estado hasta el último Ayuntamiento, quienes tienen que defenderse lo hacen tan sólo al grito de "¡Tú, más-!" Y, una vez terminado el espectáculo para calmar y entretener a las masas, todos tan contentos y a seguir disfrutando juntitos de las prebendas del cargo, no vaya a ser que en las próximas elecciones haya que hacer las maletas y ceder el puesto a otros...

Como seguramente imaginarán, nada de esto es nuevo. La corrupción, la degradación moral, la pérdida de valores, el aprovechamiento del bien público en beneficio propio se vienen dando en la historia desde que el mundo es mundo, aunque eso no le quite dramatismo al asunto. Sirva como ejemplo la cita siguiente, tomada de esa joya de la literatura clásica y la psicología humana que es El Satiricón de Petronio: "... todo ello por tener un edil que no vale tres higos, a quien le importa más un as para su bolsillo que la vida de todos nosotros. De ahí los lujos de los que se rodea en casa: recibe en un día más dinero que otro cualquiera tiene de patrimonio. Por ejemplo, conozco un caso que le dio a ganar mil denarios de oro. Pero si nosotros tuviéramos cojones no saldría tan bien librado. La gente de hoy es así: leones en privado, gallinas en público". Aun cuando existen dudas sobre la fecha de su redacción, El Satiricón podría haber sido escrito a finales del siglo I o quizás principios del siglo II d.C. Desde entonces han pasado dos mil años, pero ¿quién diría que no está hablando de hoy mismo y de personas que todos conocemos-?

*Catedrático Arqueología UCO