Hace años me encontré a una antigua alumna, sobre la cual debo añadir que era excelente y que hoy es profesora de Historia. Ella estaba ya en la Facultad y me sorprendió verla a una hora en la que yo suponía que debía estar en clase. Mi sorpresa fue mayor cuando me explicó que el profesor que impartía clase a esa hora los viernes, y pongo el acento en el día de la semana, les había comunicado que dicho día no asistiría, claro que no era por una cuestión injustificada, sino que les comunicó que tenía bula ministerial para ello. Ahora bien, no les explicó en qué consistía esa nueva figura jurídica que había inventado para poder tener libre el viernes, consciente de que los jóvenes alumnos no se atreverían a protestar ante un catedrático universitario.

Cuando mi alumna me contó aquello, no pude evitar el recuerdo de otros episodios de un calibre parecido, porque todos cuantos hemos pasado por las aulas de los institutos y de las facultades hemos conocido figuras con un anecdotario similar, pues por desgracia no siempre la pertenencia a un cuerpo de funcionarios tan ilustre representa una garantía de que vaya a desarrollar su trabajo de acuerdo con el respeto que, en primer lugar, merecen los alumnos. Son cuestiones relacionadas con la calidad de la docencia y, por ende, con la de la enseñanza pública. Una cuestión de actualidad sobre la que se va a debatir en los distintos niveles educativos en los próximos meses. De hecho, el pasado lunes un catedrático de Matemática Aplicada, Francisco Michavila, se preguntaba en un diario nacional qué se iba a hacer en el futuro con los malos profesores, a los cuales calificaba de incompetentes, personajes que no están dispuestos a perder su estatus actual (hasta el punto, añadiría yo, que incluso les permite inventar cosas como la citada bula ministerial). Su solución era que "con más o menos pausa se termine con el sentido patrimonial de quienes olvidan que son servidores públicos y anteponen su interés particular al avance social".

Por supuesto que esta situación tiene siempre su reverso, o quizá mejor su anverso. Me refiero al conjunto de excelentes profesionales que desde su cátedra universitaria realizan una labor más que digna, tanto en el ámbito docente como en el investigador, y puedo dar fe de ello, tanto en la etapa en que fui alumno como en la actualidad, porque tengo amigos que con su trabajo demuestran que no sería justo hacer una generalización acerca del comportamiento de los catedráticos de universidad.

Claro que aún cabría añadir otra variable: el caso de los centros privados, donde el procedimiento de acceso a la docencia es diferente, tanto que la Universidad católica San Antonio de Murcia ha decidido nombrar al presidente Aznar catedrático de Etica, Política y Humanidades, y desde esa cátedra está previsto que ejerza la docencia todo un conjunto de colaboradores suyos, vinculados además a ese órgano ideológico de la derecha que es FAES. Me puedo imaginar a Aznar hablando de política, e incluso de humanidades (no olvidemos que siempre alardeó de ser un gran lector de poesía), pero no de ética, a no ser que, como se trata de una universidad católica, posea una bula papal, pues su trayectoria no indica que sepa distinguir entre ética y moral, cuya diferencia nos explica así Sánchez Vázquez: "La ética es la ciencia de la moral, es decir, de una esfera de la conducta humana. No hay que confundir aquí la teoría con su objeto: el mundo moral. Las proposiciones de la ética deben tener el mismo rigor, coherencia y fundamentación que las proposiciones científicas. En cambio, los principios, normas o juicios de una moral determinada no revisten ese carácter".

* Profesor