Los alineamientos políticos alentados por la conmemoración del 30º aniversario del referendo mediante el cual se aprobó el Estatuto vasco no han hecho más que certificar una división poco menos que tradicional. De un lado, el conocido como bloque constitucionalista --socialistas y populares-- se ha felicitado de las metas alcanzadas con el régimen autonómico. De otro lado, el soberanismo ha vuelto a poner sobre la mesa la insatisfacción por el camino recorrido. El acto del sábado del PNV puso en limpio el memorial de agravios vasco y recuperó para la ocasión la lógica del plan Ibarretxe. Más que recordar lo logrado con el texto aprobado en 1979, los nacionalistas se ocuparon en subrayar lo que no es posible alcanzar si no cambian las reglas del juego. Su ausencia de los actos celebrados ayer contribuyó a alimentar esta impresión. En el guión peneuvista tuvo una importancia menor el hecho de que el partido fuese un elemento central en la negociación y la aplicación del Estatuto. En el guión del bloque constitucionalista, en cambio, los recelos del pasado importaron menos que la realidad presente y la necesidad de ofrecer una imagen de unidad detrás del Gobierno presidido por Patxi López. Todo esto pesó más que el dato poco discutible de que el País Vasco ha construido en 30 años una autonomía política sin comparación con cualquier otro territorio europeo. Un proceso que ha quedado a salvo de la presión de ETA y de la manipulación de las instituciones intentada por la izquierda aberzale.