De nada sirve predicar en el desierto con la razón y la ciencia conformando e ilustrando las ideas, ni dirigirse con similares argumentos, con esa misma veraz palabra, empecinadamente a un muro. Lo más que se puede esperar, contando con un poco de suerte, es oír por parte del que habla el reflejo de sus pensamientos, si éstos están expresados en voz alta. Con el hecho de enarbolar la bandera del raciocinio y el sentido que llaman común ante el sesgo mental que proporciona el infranqueable valladar del adoctrinamiento fanático, producido en tal dirección por la consolidada formación y educación recibida por el sectario que oye, sucede prácticamente lo mismo. Máxime, además, ante una propaganda adulterante implementada para distorsionar lo que se razone, por más argumentos o fundamentos científicos que se traigan a colación. Y a mayores si el que escucha está predispuesto de todas maneras, como movido por el egoísmo o el resentimiento o el inane orgullo y el atrevimiento del mediocre, a no entender aseveración alguna, sea ésta cual sea. No hay pues pacto posible, ni mucho ni poco, que con tales materiales pueda conseguirse.

La visión se extrema si los que discuten o parlamentan son igual de cerriles o de tozudos e incompetentes o indocumentados. En tal situación está cantado el rotundo fracaso. El paradigma que aparece entonces bien se refleja en la obra de Goya Riña a garrotazos, pintura negra de la Quinta del Sordo , con los dos que se atizan a palos estando enterrados hasta las rodillas para no moverse del sitio donde se encuentran enclavados.

* Licenciado en Derecho