El recuerdo y veneración de los difuntos no es una tradición específicamente cristiana. Es un fenómeno generalizado de muchas culturas diferentes. Los egipcios, los chinos, los asirios, los mayas y los incas. Todas estas culturas han practicado de una forma o de otra el recuerdo y la veneración de los difuntos. Se perpetua su presencia con mausoleos funerarios, más o menos fastuosos según la clase social del difunto. Desde una simple fosa, pasando por un sarcófago, hasta la pirámide de Keops. La conciencia de que los difuntos siguen, de alguna manera, formando parte de la comunidad de los vivos; a su vez el cultivo y fortalecimiento de esta conciencia mediante símbolos funerarios, y celebraciones de carácter ritual, no son tradiciones exclusivas de los cristianos. Los cristianos estamos en la línea de lo que ha sido una tradición multicultural.

Es en este marco donde se sitúa también la tradición de llevar un ramo de flores al cementerio el día de difuntos. El obsequio de una flor es una manera de expresar la proximidad que tenemos hacia una persona. Regalamos una flor a nuestra esposa el día de su aniversario, regalamos una flor a quien retorna a casa después de un largo viaje, y así mismo regalamos una flor a los difuntos. Con este obsequio los queremos hacer presentes en el círculo de los vivos. No se han alejado, siguen estando con nosotros. Esta venerable tradición de obsequiar con flores a los difuntos, tampoco es exclusivamente cristiana. También con esta práctica estamos inmersos en una tradición multicultural. En otras culturas se obsequia a los difuntos con velas, con incienso, con ofrendas alimenticias. Nosotros lo hacemos con flores. La línea cultural es la misma. Los difuntos siguen formando, de alguna manera, parte de nuestra comunidad.

En las dos prácticas tradicionales que hemos mencionado, los monumentos funerarios y los obsequios a los difuntos, no hallamos ningún reflejo específico de lo que fueron las palabras pronunciadas por Jesús de Nazaret acerca de la muerte. En la sociedad israelita de los tiempos de Jesús coexistían dos corrientes de pensamiento en torno a la muerte. Los fariseos afirmaban la resurrección de los muertos, mientras que los saduceos la negaban. Ambos aceptaban que la conducta de los hombres debía regirse por la Ley, la Torá, contenida en los primeros cinco libros de la Biblia. Su diferencia estribaba en la existencia o no de una vida después de la muerte biológica.

Jesús de Nazaret, que se distancia claramente de la lectura literalista de la Ley que hacían los fariseos, sin embargo se alinea con ellos en cuanto a la convicción de la una vida permanente más allá de la muerte biológica. Es conocido aquel debate con los saduceos sobre la mujer que había estado casada sucesivamente con siete hermanos. Tanto la mujer como sus siete maridos seguirían viviendo, pero en una vida diferente. Es una vida espiritual donde la dimensión corporal ya no existe. Existe la vida, no existen los cuerpos de carne y hueso.

Las referencias de Jesús a que la vida humana no se acaba con la muerte biológica son numerosas. Por no citar más que una me referiré al discurso pronunciado en la sinagoga de Cafarnaum, al día siguiente de la multiplicación de los panes. Jesús contrapone el maná que recibieron los israelitas durante la travesía del desierto del Sinaí, con el pan distribuido en lo que será la futura eucaristía, su cuerpo y su sangre. Quien coma este pan vivirá eternamente. A la vez que hace esta referencia general a una vida eterna, hace igualmente afirmaciones taxativas sobre sí mismo. Por tres veces informa al grupo de sus allegados de que en Jerusalén le están esperando para prenderlo y matarlo. Que efectivamente así va a ocurrir. Pero que ése no será el final. Al tercer día resucitará.

En palabras de Pablo de Tarso , la resurrección de Jesús, a la cual está vinculada la propia nuestra, es el contenido esencial de la fe cristiana. Es el fundamento de todo. El mismo Pablo explica que la vida después de la muerte biológica no es la misma que la vida antes de la muerte biológica. Antes es una vida corporal, después será una vida espiritual.

De esta vida futura espiritual no da una explicación física ni biológica. En cambio da una definición importante. Ahora conocemos a Dios borrosamente. Sospechamos quién y cómo es Dios, solamente en términos bastante vagos. Entonces veremos a Dios claramente como es. Aquí llegamos al sentido específicamente cristiano de la muerte. Es el encuentro con el Dios a quien hemos buscado durante la vida. En la muerte la vida humana adquiere su realización total.

* Profesor jesuita