Hoy es viernes veintiséis de marzo del año 2004. Según el calendario musulmán, sin embargo, estamos en el día cuatro del mes de Safar del año 1425 de la Hégira de Mahoma. El sentido original de los nombres de los meses del calendario musulmán no coincide con la realidad, ya que no existe un sistema para mantener la sucesión de los meses lunares con el ritmo de las estaciones.

Por eso hay años en que Ramadaan , "el mes del gran calor", cae en pleno invierno. Safar es el segundo mes del año y significa literalmente "mes de la partida para la guerra".

El destino, tal vez guiado por alguna mente perversa en nombre de Alá, dictó que Safar comenzara este año poco después del cobarde atentado de Madrid. La pesadilla más temida por Aznar se hizo realidad, y el espectro de la Yihad persigue ahora nuestras vidas, hurgando en nuestros miedos, tentando a ese monstruo de cruzado y cristiano viejo que casi todos los europeos guardamos dentro aunque sea muy a nuestro pesar.

Y quién duda ahora del hecho evidente de que la distancia entre Occidente y Oriente no hace sino crecer, alimentada por el problema de Israel y por el imperialismo vestido de cruzada democratizadora de los Estados Unidos, que no han hecho sino reforzar la identidad musulmana como oposición a Occidente, lo que a su vez alimenta en Occidente la idea falsa de que el Islam es incompatible con la libertad y la democracia.

La incompatibilidad entre Islam y democracia es un tópico muy arraigado en Occidente, avivado estos últimos años por la obra de Samuel Huntington; un tópico construido sobre la base del peso que la tradición islámica otorga a la sharia, el derecho musulmán clásico inspirado en el Corán.

Además, la instrumentalización del Islam, igual que en Occidente se ha hecho con el Cristianismo, para lograr y legitimar un régimen político opresor, ha impedido una actualización y modernización de este derecho. El integrismo islámico surge como respuesta al fracaso de unos valores occidentales que se consideran impuestos y se ve favorecido por la persistencia de unas clases dirigentes corruptas. A pesar de este lastre evidente, hay ejemplos palpables de sociedades de tradición islámica, como Turquía, Egipto, Argelia, Túnez, Marruecos, o Irán, que evolucionan con más o menos conflictos, hacia un régimen político de libertades.

Muchos pensadores musulmanes insisten en demostrar que del Islam, igual que del Cristianismo, puede extraerse un sustrato útil para el desarrollo de los valores democráticos y de los derechos humanos. Para ellos es evidente que el Islam no tiene por qué ser incompatible con la democracia, y abogan por una revisión crítica de la historia del Islam y una reinterpretación del derecho coránico de acuerdo con una visión universal de los derechos del hombre. Pero este proceso no puede imponerse desde fuera con fórmulas exportadas desde Occidente. Cada sociedad, cada país, tiene su propio tiempo histórico; su evolución exige la resolución de sus propios conflictos desde dentro. A veces se nos olvida que la democracia fue el resultado de una larga y cruenta guerra en la mayoría de los países europeos; algo que hoy damos por hecho, como el sufragio universal, fue durante siglos un derecho reivindicado y reprimido antes de ser conquistado en la mayoría de los países europeos, y las mujeres tuvieron que esperar hasta el siglo XX para poder votar. La experiencia histórica occidental es única y, por lo tanto, irrepetible y no trasladable automáticamente al mundo islámico. El cáncer que aqueja a las sociedades musulmanas no tiene su raíz en el Islam sino en el despotismo de sus políticos y en las políticas colonialistas e imperialistas de occidente.

El mes que sigue a Safar en el calendario musulmán es Rabi al-awal , el mes de la primavera. Está en manos de los políticos occidentales, y sobre todo en las de los ulemas moderados y árabes laicos, especialmente los europeos, que Oriente y Occidente mantengan su desencuentro o se unan para dar juntos la bienvenida a la primavera.