Instalados de pleno en la modernidad, en vanguardia incontenible de muchos de los fenómenos prefiguradores de una nueva etapa histórica mundial y máximos protagonistas europeos junto con los rusos del cambio acelerado de las vigencias que ritmaron las viejas sociedades, los españoles actuales no desmienten, sin embargo, en algunos de sus comportamientos los hábitos de sus antepasados celtíberos. Así la discontinuidad en el esfuerzo, el individualismo en la conducta o la anarquía en la convivencia no dejan de aparecer en su usos y mentalidad.

Lograr, por ejemplo, que una empresa, corporación o asamblea o congreso de cualquier índole que atraviese el pequeño cabo de las tormentas representando por el quindecenio es tarea hercúlea y poco frecuente. Sólo en aquellas colectividades y territorios más adultos como Cataluña dicha circunstancia reviste caracteres de menor excepcionalidad. En las antípodas se hallan, naturalmente, geografías como la murciana, la manchega o la andaluza.

De ahí, la grata sorpresa que el observador de la vida cultural de este último solar experimenta que su centro físico se haya convertido igualmente en el intelectual y, muchas veces, a lo largo al menos de una semana, en el de toda la nación. Claro es que para que se produzca fenómeno tan singular que cabría considerar casi como milagro el terreno está insuperablemente abonado. La patria chica del más peregrino de los ingenios españoles de la edad contemporánea, don Juan Valera, atesora una larga tradición cultural y humanista cuyo potencial no ha decrecido ni en las coyunturas más difíciles. Desde ha más de siglo y medio, su reputado Instituto Nacional de Enseñanza Media fue, como resulta bien sabido, el motor de un clima intelectual en Cabra y su entorno comparable al de las capitales de la región desprovistas de universidades. De igual modo, su especificidad en la textura socioeconómica del Sur, con una propiedad relativamente repartida y una burguesía de dicha atmósfera, sin paralelo por desgracia --se repetirá-- en casi todo el mapa de la Andalucía ochocentista y amplia parte de la centuria pasada.

Pero sin la acción resuelta y animosa de un haz de amantes en ejercicio del desarrollo y gloria de la localidad egabrense, la página abrillantada del libro de la cultura andaluza de la que se habla ahora no se hubiera escrito. Las Jornadas de Historia y Política, celebradas invariablemente en los días finales de la última semana de enero desde ha de un decenio en honor y exvoto a la memoria del autor de Pepita Jiménez , son una gozosa realidad merced al esfuerzo indomable y al envidiable buen hacer de una gavilla no muy extensa de personas que tuvieron el acierto de plasmar, en una entidad de descollante nivel intelectual, el deseo de sus conciudadanos de honrar la más ilustre de sus coterráneos en los anales contemporáneos de su ciudad. Títulos sobrados de competencia profesional en la disciplina historiográfica --relevante cultivador de su parcela moderna-- y de preocupación por el progreso de nuestra comunidad avalaban la decidida apuesta que por la realización de las Jornadas hiciera el por entonces alcalde de Cabra, profesor José Calvo Poyato. La botadura del hoy airoso navío cultural debióse en gran parte a su empeño e inteligencia, superadores de los obstáculos que de ordinario levantan afanes de tal índole. Por fortuna contó para ello con el respaldo y concurso unánime de la corporación que a lo largo de la gestión del edil andalucista rigiera los destinos de Cabra. En letra administrativamente menor, pero eficaz y sentimentalmente de igual tamaño, el trabajo de su colaborador don Juan Arévalo se revelaría, como se acaba de decir, de calidad e importancia insuperables, sin que su mención agote la nómina de los hombres y mujeres que, gratis et amore, consagran desde 1994 una porción de sus mejores energías a hacer de Cabra referencia indispensable en las actividades culturales de una nación pródiga en ellas. Avatares de la siempre azarosa vida política determinaron que, en los dos últimos años, las Jornadas se acometieran bajo la rectoría municipal de don Manuel Buil, quien reemplazara en el 2001 a su correligionario al frente de la Alcaldía egabrense. La misma sigla y contenido doctrinal del PA asumen hoy la responsabilidad de gestionar con tino los negocios públicos de uno de los municipales lugares de memoria no sólo de Córdoba o Andalucía, sino de España y aún de Iberoamérica entera, pero no en balde don Juan Valera, junto a don Miguel de Unamuno, ha sido --incluso hasta el presente-- el intelectual hispano de mayor conocimiento y atención por el despliegue artístico y literario del Nuevo Continente. La experiencia política y burocrática que enriquece la personalidad del alcalde don Ramón Narváez no hace temer, antes al contrario, ningún declive en la solicitud por un aconteciminto cuya décima celebración está a punto de cumplirse. Pero en toda aventura intelectual, incluso en las de más alto bordo, siempre estará vigente el dictum de uno de los más verdaderamente agregios de nuestros clásicos. "O sube o baja".