Hay gente a la que le produce desazón lo que podríamos llamar el aparente desbarajuste ideológico de los pactos municipales. Acuerdos que teóricamente no parecen lógicos pero que se llevan a cabo sin mayor problema contribuyen de una u otra manera a crear un cierto mal sabor de boca, sobre todo, a los dirigentes de los partidos que ven cómo se quiebra, más allá de lo que creen razonable, el principio de autoridad, al no aceptar las agrupaciones de los pueblos los acuerdos que ellos han firmado con carácter general. Pero, si bien se mira, esa realidad tiene una lógica interna verdaderamente coherente. Lo extraño hubiera sido precisamente que los pactos aprobados en la altura jerárquica de los partidos se hubiesen cumplido a rajatabla en todas las poblaciones.

Dos son fundamentalmente las razones por las que los militantes de un partido político, el que sea, se ven obligados a cumplir fielmente el mandato de sus líderes a la hora de los referidos pactos municipales. Una ideológica y otra, disciplinaria. La primera hace referencia a la lógica coincidencia que se tiene que dar en el planteamiento doctrinal entre los militantes dentro de un mismo partido. La otra simplemente al principio de orden aceptado en toda organización. Pero sobre la consistencia de cada una conviene proponer algunos matices.

En lo referente a la coincidencia ideológica dentro de un mismo partido político parecería que no hay mucho que objetar pero la realidad, como tantas otras veces, desborda la teoría por muy coherente que ésta pudiera parecer. En primer lugar porque resulta difícil que, más allá de los grandes y supremos principios que sustentan a cualquier partido, todos sus militantes tengan las mismas convicciones y los mismos pensamientos. Es imprescindible tener presente los motivos que llevan a una persona a afiliarse, a militar en una concreta formación política y no en otra. Porque no es tan simple eso de que soy de derechas o de izquierdas y por esa razón sin más me decido. Como en todas las otras decisiones que tomamos en la vida, en la determinación personal de tomar partido, nunca mejor dicho, por una u otra formación intervienen muchos factores sicológicos, sociales, económicos y hasta temperamentales. Y con todos ellos hay que contar.

En segundo lugar en necesario señalar que tampoco, más allá de los principios, los partidos tienen una gran preocupación ideológica con sus militantes como lo muestran, por ejemplo, el escaso interés que por el contenido de las ponencias tienen quienes asisten a los congresos o las raras iniciativas que se toman para la formación ideológica de los militantes. Una tercera matización es que tampoco son tantos los debates ideológicos que se plantean en un ayuntamiento, aunque haya sin duda alguna que otra vez sus más y sus menos. Allí ni se discute sobre el aborto, ni las leyes de educación o las pensiones, y la experiencia demuestra sobradamente que caben consensos generalizados en temas como el PGOU o el desarrollo industrial.

En cuanto a lo de la disciplina, no toda orden, que además quiebra la iniciativa, la autonomía, las vivencias y la idiosincrasia de una agrupación, tiene siempre sentido. Los partidos, como todo el mundo, están llenos de tópicos que se repiten una y otra vez, y que generan problemas artificiales, sin que nadie se encargue de contrastarlos. No olvidemos que del vecino de enfrente, que milita en un partido diferente del nuestro, sabemos muchas cosas como para después entregarles o quitarles nuestra confianza política que al final acaba siendo política y personal. Por eso parece extraño que los llamados aparatos de los partidos, sin duda sus autoridades legítimas, no se fijen en las múltiples y complejas razones que dan origen a las relaciones sociales y a los matices de convivencia que encierra cada militante y cada colectivo, (más presentes cuanto menor es la demografía, el número de habitantes, en una localidad) y se dejen arrastrar por un mimetismo nada creativo y ajeno a lo que es la vida misma. Con un planteamiento centralista que seguramente contradice sus propios estatutos. Todo esto no significa en ningún caso que deban suprimirse los pactos. Seguro que tienen sentido. Pero quizá deberían ser simplemente indicativos y dejar que, además de la ideología y la disciplina, se tengan presentes las personas ya que quienes conviven conocen mejor que nadie dónde en verdad está cada uno.