Todos los años, por estas fechas, hablamos de impuestos. Todos los años, por estas fechas, se dicen las mismas cosas y se hacen las mismas declaraciones. Y todos los años, por estas fechas, se cuenta una misma media verdad que se quiere hacer pasar por dogma de fe. Esa maldita media verdad que se viene repitiendo desde la reforma fiscal de 1998, no para de salir en los medios de comunicación, la sostiene todo responsable político del PP y, lo más curioso, está calando tanto que todo el mundo la afirma como axioma de política fiscal, aunque los datos le demuestren lo contrario, y que reza que en los últimos años han bajado los impuestos.

Y es cierto que han bajado, pero sólo los impuestos directos, porque los demás, es decir, los indirectos, las tasas y las cotizaciones sociales, que suponen más del 60% del total de los impuestos, no sólo no han bajado sino que han subido. Se miente, pues, cuando se omite el adjetivo "directos" en la frase. Basta con mirar la serie de datos que el mismo Ministerio de Hacienda ofrecía hasta hace poco (y que ahora sólo facilita con cuentagotas) para comprobar la mentira: en 1985, la presión fiscal fue del 28,8%; en 1990 subió al 34,4%; en 1995, fue del 33,4%; subió al 34,2% en 1998 y ha llegado, en el año 2001, al 35,6%. Puesto que la presión fiscal es el cociente de todas las cargas tributarias (directas e indirectas) entre el Producto Interior Bruto, y puesto que, por otro lado, toda la actividad económica se puede asignar a cada uno de los miembros de una comunidad, podemos concluir que cada uno de nosotros, cada español, paga, hoy y de media, algo más del 35% de todo lo que produce para el sostenimiento del Estado y de los Servicios Públicos. Dado que 35,6 es un número mayor que 33,4, hemos de concluir que hoy pagamos, en media, más impuestos que en 1995.

Pero hay una segunda mentira implícita en la machacona y escueta frase. Y que al decir que se han bajado los impuestos e intentar demostrarlo sólo considerando los directos, los responsables de Hacienda están haciendo una sinécdoque políticamente hábil, pero peligrosa. Porque en ese tomar el todo por las partes, ese considerar que sólo son impuestos que se pagan los impuestos directos, hay implícita la negación de otra realidad, la de que los ciudadanos, todos y cada uno de nosotros, somos los que soportamos el resto de los impuestos, aunque no seamos conscientes de ellos. El IVA y las Cotizaciones Sociales, que son más de 20 billones de pesetas al año, los pagamos los consumidores en los precios de los productos, aunque sean las empresas las que los recaudan, los declaran y liquidan. Y lo mismo pasa con las tasas, más de 2 billones de pesetas anuales, y los impuestos especiales (tabaco, alcohol, hidrocarburos, etc.), otros tantos billones de pesetas. Y esta sinécdoque es políticamente hábil porque al oscurecer la importancia de los impuestos indirectos (más del 60% de la recaudación) se está obviando el debate sobre la distribución de la carga tributaria y se hace parecer a las dos reformas fiscales del IRPF como reformas progresistas y más igualitaristas. En la primera reforma se bajó el tipo medio de las rentas del trabajo del 15,12% al 13,34%, es decir, el 11,7% de reducción, mientras que a las rentas altas se le redujo en un 10% de media. Sin embargo, si consideramos que las rentas bajas gastan en consumo toda su renta, lo que perdió Hacienda por la reducción del Impuesto de la Renta, lo recuperó, en parte, por la recaudación del IVA, con lo que las rentas del trabajo pasaron de pagar un 26,83% de impuestos entre Renta e IVA a un 25,3%, es decir, una reducción combinada de sólo el 5,7%. Mientras que a las rentas más altas, que no gastan toda su renta sino que pueden ahorrar el exceso de renta disponible, la reducción de ese 10% de impuestos es neta. Luego, ha habido gente a la que los impuestos le han subido más que a otros. Y esto es política y socialmente peligroso porque tiene el efecto perverso de aumentar las diferencias de renta. Así pues, ni los impuestos han bajado, ni han bajado todos los impuestos, ni han bajado para todos por igual.

Mark Twain clasificó las mentiras en tres tipos, las mentiras, las malditas mentiras y las estadísticas, posiblemente porque no pensó que se podían decir muchas mentiras en una sola frase, posiblemente porque no llegó a conocer las mentiras fiscales.