Nadar contra corriente la ha hecho fuerte. Tanto que se ha convertido en la primera mujer cordobesa que ha conquistado una medalla de oro en unos Juegos Olímpicos. Fátima Gálvez Marín (Baena, 1987) ha encarnado un monumento a la persistencia. En los Juegos de Londres 2012 terminó en quinta posición; en los de Río de Janeiro 2016 dio un paso más: fue cuarta. Un par de diplomas olímpicos para su vitrina de trofeos, repleta de reconocimientos del más algo rango. Pero cada vez que le hablaban de los Juegos, el gen de competidora brillaba en sus ojos. 

Lo tenía casi todo. Un título mundial en Lonato (Italia) en 2015, los Europeos de Belgrado 2011 en foso individual y Lonato 2019 en equipos mixtos, más de una decena de podios en campeonatos internacionales... Pero aún faltaba algo. Y esa pieza final la logró en el campo de tiro de Asaka, en Tokio, al lado de Alberto Fernández, con el que forma un dúo singular y efectivo. El abrazo entre ambos, mordiendo el metal y extenuados tras un esfuerzo físico y mental brutal, simbolizó el final feliz de un plan gestado durante años, el último trazo de un cuadro ideal que comenzó a dibujarse en la imaginación de una ñina entre los olivares de Baena.

La tele y Barcelona 92

Fátima Gálvez, última de cuatro hermanas, comenzó su idilio con la escopeta con una mano agarrada a la de su padre, Pío Luis, y otra en el interruptor de la televisión, que la dejó seducida por una imagen en los Juegos de Barcelona 92. La tiradora china Zhang Shan causó sensación al convertirse en la primera mujer que ganó un evento de tiro mixto en la historia olímpica. Fátima, con apenas cinco años, quedó marcada. Su mente infantil empezó a fabular. Su padre, experto cazador, fue su guía desde temprana edad. "He sido su primer entrenador", decía orgulloso Pío ante los periodistas que se acercaron a su casa para felicitarle por el éxito de Fátima, que es también el suyo.

De las tiradas en el campo a las ferias de los pueblos, a los torneos provinciales, autonómicos, nacionales... La niña no fallaba un tiro. Fátima siempre fue de firmes convicciones y también la primera en darse cuenta de que, en efecto, tal y como su padre le decía, tenía un don especial. Solo faltaba pulirlo. A los 14 años logró su primer Campeonato de España absoluto de foso universal, una disciplina en la que alcanzó maestría para conseguir un Europeo y una Copa del Mundo. La carrera era ya imparable. La selección española le abrió sus puertas y Fátima Gálvez se colocó en el sitio justo para emular a aquella joven de Sichuan que revolucionó el estado de las cosas en el mundo del tiro con un oro en Barcelona 92. 

La reivindicación, siempre

"Me defino como luchadora en un mundo de hombres", dice la baenense en el comienzo de su perfil biográfico en su web oficial, que en un simple vistazo ofrece un retrato certero de su carácter indómito. Confiesa que habiendo nacido zurda le enseñaron "a disparar con la derecha porque era lo correcto en esos tiempos" y dice que lucha para su deporte sea "conocido y respetado". Su trayectoria es el mejor modo de reivindicarse: a sus éxitos en los campeonatos añade un talante que conquista. En Tokio dio una nueva lección de resistencia. En la prueba individual no le salieron las cosas como deseaba. No arrancó bien y luego no pudo reconducir su trayectoria para pelear por el podio, que ambicionaba después de haberlo rozado en Río. Quedó en el puesto catorce, a cuatro platos de las finales. Quien pensara que esa decepción iba a quebrar a Fátima se quedó esperando. 

Fátima y Alberto forman una pareja deportiva ideal. "Lo hablamos estos días: sabíamos que la medalla de oro iba a ser nuestra", revelaba la cordobesa ante las cámaras de televisión en la ceremonia de entrega de las preseas. La baenense erró los tres primeros platos, pero se repuso de un modo fantástico. El dúo de San Marino peleó hasta el fin, pero el destino hizo un guiño final a los españoles, que terminaron cumpliendo su propósito. A miles de kilómetros, en un hogar de Baena, lloraban por esos benditos platos rotos. 

"Para mí ha sido muy díficil", expresaba Fátima. "¡Pues yo me lo he pasado pipa!", soltaba inmediatamente Alberto, el complemento para un equipo que se entiende a tiros. El toledano es inalterable y la cordobesa es más emocional. Cada cual digiere la presión como mejor puede. "Sabía que estaba nerviosa porque se tiraba de la parte de abajo de la chaqueta", decía Josefina, su madre. Y una madre no se equivoca.