¿Existió la estrella de Belén? Si existió, ¿qué fue? A lo largo de los años varios científicos como Johannes Kepler o Isaac Asimov, han intentado dar respuesta a estas preguntas. Históricamente no se tiene ningún documento que indique ese «algo» especial en los cielos en los días que siguieron al nacimiento de Jesús. Sólo la Biblia, en el Evangelio de San Mateo, lo menciona: «¿Dónde está el Rey de los Judíos que ha nacido? Porque hemos visto su estrella en Oriente y venimos a adorarle» (Mateo 2:2); y «… y sucedió que la estrella que habían visto levantarse iba delante de ellos hasta que se detuvo sobre el lugar donde estaba el niño. Al ver la estrella, se llenaron de alegría». (Mateo 2:9-10). Curiosamente, el otro evangelio que narra el nacimiento de Cristo (Evangelio de San Lucas) no menciona a la estrella.

Para buscar una explicación astronómica a la estrella de Belén primero hay que determinar bien el momento exacto de la Natividad. Históricamente sabemos que Jesús no nació en el año 1 d.C. (no existe «año cero», motivo por el que el año 2000 fue el último año del siglo XX y del III Milenio). Los hechos históricos, como la muerte de Herodes (el responsable de la «matanza de los inocentes») acaecida en el 4 a.C. y bien documentada por un eclipse de luna que ocurrió ese año, indican que Jesús nació en algún momento de los años 7 ó 6 a.C. Y casi seguro que no en invierno (la fiesta de la Natividad se movió más tarde para que coincidiera con la celebración pagana del Sol Invictus, el solsticio de invierno). Son en estos años donde hay que buscar si algo especial ocurrió realmente en el firmamento.

Quizá la representación más famosa de la estrella de Belén es la de un cometa. Fue así como el pintor renacentista Giotto di Bondone la representó en su obra de 1306 La Adoración de los Reyes Magos. Giotto se inspiró en el paso del cometa Halley de 1301. Pero este cometa no estuvo en los cielos en las fechas de la Natividad, había pasado en el 11 a.C. ¿Podría haber sido otro cometa? Difícil, porque ya en aquellas fechas los astrónomos chinos y japoneses llevaban siglos estudiando todos los cometas que encontraban y no hay registros de ninguno entre los años 7 y 6 a.C.

OTRAS HIPÓTESIS

¿Qué otras opciones quedan? ¿Una supernova? El famoso astrónomo Johannes Kepler ya había postulado esta hipótesis en el siglo XVII, pero no se conoce ningún resto de supernova de exactamente 2000 años de edad. ¿Una nova? Se observó una en la constelación del Águila en el año 5 a.C, demasiado tarde. ¿Una lluvia de estrellas? No serviría para guiar a los Reyes Magos. ¿El planeta Urano? Esta hipótesis fue estudiada por el astrónomo George Banos en 1979 pero nunca tuvo mucho crédito. ¿El avistamiento de la brillante estrella Alfa Centauro, que en esa época desde Jerusalem se veía en dirección sur, dirección a Belén? Tampoco queda claro. ¿Una conjunción de planetas? Esto sí tendría un gran significado astrológico (los Reyes Magos eran astrólogos, no astrónomos), sobre todo si la conjunción planetaria es «rara», en el sentido de que sólo ocurre una vez en muchos años. Hay dos opciones aquí: una triple conjunción de Júpiter (el Rey) y Saturno (la Justicia) en Piscis (constelación de los judíos) en el 7 a.C, o una rarísima doble ocultación de Júpiter por la Luna en el 6 a.C. en la constelación de Aries (algo que sólo ocurre cada medio millón de años).

Posiblemente nunca podremos confirmar estas hipótesis. Quizá, al fin y al cabo, la estrella de Belén es sólo un milagro más de la Biblia. Un astro nuevo, brillante y en movimiento supone un acontecimiento celestial de máxima envergadura a la hora de anunciar de forma única el alumbramiento del Mesías.