Aquel 15 de marzo de 1914 comenzó la Edad de Oro del toreo español en la plaza de Las Arenas de Barcelona, pues fue allí donde se vieron las caras por primera vez Joselito y Belmonte, ya matadores de toros ambos… y fue también el comienzo de la guerra que iban a protagonizar durante los seis años siguientes los partidarios de los dos sevillanos, dos «bandos» irreconciliables que simbolizaron las dos Españas taurinas: la del arte y el conocimiento y la de la valentía y la imaginación. También la crítica se dividió e incluso apoyó la existencia de los dos «bandos».

En su biografía novelada de Juan Belmonte, el gran Chaves Nogales reproduce las palabras que el propio Belmonte le dedicaría al Joselito de aquellos comienzos de su rivalidad: «En aquel tiempo, Joselito era un rival temible; su pujante juventud no había sentido aún la rémora de ningún fracaso. Las circunstancias providenciales le habían llevado gozoso, casi sin sentir y como jugando, al máximo triunfo, que le hacía ser un niño grande, voluntarioso y mimado, que se jugaba la vida alegremente y tenía frente a los demás mortales una actitud naturalmente altiva, como la de un dios joven. En la plaza le movía la legítima vanidad de ser siempre el primero, y para conseguirlo se daba todo él a la faena, con una generosidad y una gallardía pocas veces superadas. Frente a él yo tomaba fatalmente la apariencia de un simple mortal que para triunfar ha de hacer un esfuerzo patético. Creo que esta era la sensación que uno y otro producíamos».

Por su parte, el crítico Don Quijote escribía en El Liberal tras ver a Belmonte en aquella corrida: «Belmonte no se parece a nadie, ni se presta a las mismas consideraciones que los demás toreros en sus respectivas presentaciones. Joselito asombraba ya la primera vez que se le veía, por la precocidad de su madurez portentosa. En Belmonte, en cambio, todo son destellos, chispazos, relámpagos de desconocido resplandor. A Joselito podía definírsele desde el primer momento. Era un caso claro de superación en la maestría, en la sabiduría, en el dominio y conocimiento del toreo, según todas las normas técnicas y críticas preestablecidas. A Belmonte, no».

Rivalidad con Belmonte

Y el propio Belmonte le diría más tarde a su biógrafo: «Aquel año de 1914 comenzó mi rivalidad con Joselito o, mejor dicho, comenzó la rivalidad entre gallistas y belmontistas. Empecé a torear en Barcelona el 15 de marzo, alternando con Joselito, y ya seguimos toreando juntos en las cinco corridas siguientes que se celebraron en aquella misma plaza y las de Castellón y Valencia. El público y las empresas se obstinaban en colocarnos frente a frente, queriendo a todo trance establecer un paralelo a mi juicio imposible».

Sin embargo, aquella primera corrida de Barcelona fue solo el aperitivo del «gran banquete» que iba a ser la Feria de Abril de Sevilla de ese año. Precisamente ese año la Feria tendría 5 días de fiesta, uno más de lo que era tradicional, porque el primero de ellos se inauguraba el parque de María Luisa. La empresa de la Maestranza también quiso poner su grano de arena y organizó 5 corridas de toros, planteadas como el primer gran duelo entre Joselito y Belmonte… y Sevilla se transformó en un hervidero, donde discutían acaloradamente los partidarios del de Gelves y el de Triana.

Pero la estrella mayor era Joselito y por ello mismo se anunciaba en los cinco festejos y el trianero solo en tres. Aunque una cogida sin importancia en la plaza de Murcia motivó que Belmonte no pudiese torear en la primera de Feria… lo que dio lugar a que los «forofos» de Joselito hicieran correr el rumor de que Belmonte se había hecho coger para evitar enfrentarse con el que ya era el número uno de la tauromaquia española. «¡Se ha cagao!», decían unos. «¡Eze tiene máz mieo que Cagancho!», decían otros. Lo cual no era verdad en absoluto, como demostraría justo al día siguiente.

(Curiosamente sobre el miedo del torero Belmonte le diría más tarde a su biógrafo Chaves Nogales estas palabras: «El día que se torea crece más la barba. Es el miedo. Sencillamente, el miedo. Durante las horas anteriores a la corrida se pasa tanto miedo, que todo el organismo está conmovido por una vibración intensísima, capaz de activar las funciones fisiológicas, hasta el punto de provocar esta anomalía que no sé si los médicos aceptarán, pero que todos los toreros han podido comprobar de manera terminante: los días de toros la barba crece más aprisa.

Y lo mismo que con la barba, pasa con todo. El organismo, estimulado por el miedo, trabaja a marchas forzadas, y es indudable que se digiere en menos tiempo, y se tiene más imaginación, y el riñón segrega más ácido úrico, y hasta los poros de la piel se dilatan y se suda más copiosamente. Es el miedo. No hay que darle vueltas. Es el miedo. Yo lo conozco bien. Es mi íntimo amigo)».

El hecho es que el 21 de abril, en contra de la opinión de los médicos, Belmonte hacía el paseíllo flanqueado por Joselito y Gaona y con los tendidos de la Maestranza ardiendo de polémicas. Belmonte se jugaba ese día, a una sola carta, toda su credibilidad (Paco Aguado).

Esa noche los partidarios del de Triana invadieron la caseta de la feria donde los partidarios de los hermanos Gómez (Fernando, Rafael y Joselito) se divertían y brindaban ¡hasta con langostinos!, y con mucha guasa les gritaban a los allí presentes: «¡Ea, gallistas, a cerrar!»… y es que la faena que le había hecho al miura Rabicano había sido antológica. «Señor don Juan, es usted un maestro, ha armado usted una verdadera revolución», escribiría el crítico Don Criterio.

Pero la reacción de Joselito fue fulminante y al día siguiente la armó, como certificaría el maestro Corrochano: «Está claro, jamás han podido ver los aficionados de todos los tiempos un torero tan cuajado y tan largo como Joselito… En esta feria ha demostrado, con calma, con tranquilidad, con clarividencia, que para convencer al público no necesita que salga «su toro», sino que salga un toro, cualquiera, bravo, manso, agotado o poderoso».