Ganado: toros de Núñez del Cuvillo, de finas y armónicas hechuras, bajitos de alzada, serios y astifinos. Corrida mansa en el caballo y de juego dispar. Noble y dócil, el primero, al que le faltó finales. Noblote pero afligido de atrás, el segundo; el mansito tercero se movió con más temperamento que clase; flojito, el bonancible cuarto; Gran toro, el quinto; noble y a menos, el sexto.

Antonio Ferrera: estocada (oreja); y metisaca en los blandos (palmas tras aviso).

José María Manzanares: estocada (silencio); y estocada caída (oreja).

Alejandro Talavante: casi entera trasera, tendida y atravesada (oreja); y dos pinchazos y estocada (ovación).

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La primera corrida de figuras y el primer «no hay billetes» en las taquillas pusieron por fin ambiente a una feria que no acababa de despegar en cuanto a afluencia de público, ni tampoco en lo artístico. Y, aunque ayer se cortaron tres orejas, una por coleta, es necesario matizar que fueron premios de distinto valor, condicionados por la tremenda pasión de unos tendidos inmersos en una necesidad vital de ver triunfos cueste lo que cueste, justificables o no.

El caso es que ni la tarde fue tan rotunda como algunos tratarán de vestirla, ni la corrida de Cuvillo, la más completa de lo que va de feria, acabó de ser aprovechada debidamente. Y todo esto con el beneplácito del presidente que hace cinco días ninguneó al malagueño Fortes, que, con la venia de Talavante, sigue siendo el autor de la faena más meritoria y emocionante de lo que va de serial. Y hay que pedir permiso al extremeño porque fue el que realmente estuvo a la altura de tan interesante corrida, y el único que estuvo a punto de salir a hombros si no marra con la espada una faena de más a menos, y primorosa sobre la zocata, al noble sexto. El premio, en cambio, lo obtuvo del tercero, manso como toda la corrida en el caballo, pero que acabó embistiendo con tanto celo como poca clase en la muleta de un Talavante que, después de un inicio de temporada un tanto gris, por fin despertó de su letargo. A los torerísimos muletazos por bajo con los que inicio faena le siguió una serie a derechas de mucho empaque y prestancia. Mas lo meritorio vino al natural, pues por ese pitón tuvo que tragar tela para arrancar muletazos soberbios a un cuvillo que vendía cara cada acometida, aunque eso no pareciera trascender lo suficiente por la tremenda serenidad y facilidad del de luces. La manera de hacer el cite, enganchando siempre con los flecos para llevar al animal hasta muy atrás, fue inmaculada, como también la interpretación, gustándose en cada embroque. Cierto es que posiblemente le faltó romperse más, pero así y todo, tras la estocada, logró una oreja de ley.

Ferrera descorchó la tarde con un apéndice del primero de corrida, un toro noble, dócil, pero al que le faltó finales, y con el que el balear llevó a cabo una labor bonita, templada, técnicamente pulcra, pero sin llegar a poner el vello de punta. El cuarto tuvo tanta calidad como pocas fuerzas, y aquí Ferrera no anduvo tan entonado, encontrándole las teclas solamente en el epílogo, en el que surgió una serie a derechas extraordinaria.

El que estuvo para hacérselo mirar fue Manzanares, perfilero y anodino con un segundo de corrida noblón pero afligido de los cuartos traseros, y con notables altibajos ante el extraordinario jabonero que hizo quinto, al que cortó la oreja más barata de toda la función. Porque no acabó nunca de creérselo, y también porque la manera tan oblicua de presentar la muleta y de dar los toques siempre para afuera no ayudaron a que la faena despegara como el cuvillo merecía. Hubo un bello saludo capotero, algún remate también exquisito, pero al conjunto le faltó fibra y más verdad. Al finalizar el paseíllo, se guardó un minuto de silencio en recuerdo de José Gómez Ortega Gallito, fallecido tal día como ayer hace ya 98 años.