La epopeya ya cuenta con un mártir. Samarn Poonan, un antiguo miembro del cuerpo de élite de la Marina tailandesa, ha muerto ahogado en la cueva tras agotar su oxígeno. Su muerte subraya una pregunta incómoda sobre los planes inminentes de sacar a los atrapados a través de las cavidades inundadas: si un experimentado buzo ha sucumbido, ¿qué oportunidades tiene una decena de niños que no saben nadar? «No permitiremos que haya perdido su vida en vano. Seguiremos», ha prometido el almirante Arkaporn Yuukongkaew esta mañana para insuflar ánimos a los equipos de rescate tras el primer varapalo serio. «Puedo asegurar que no nos asustaremos, que no detendremos nuestra misión, que no dejaremos que su sacrificio sea inútil», añadió. El primer ministro, Prayuth Chan-ocha, ha repetido que las labores de rescate no se suspenderán. Samarn se había adentrado en la cueva con la misión de dejar reservas de oxígeno a lo largo del trayecto que deberán cubrir los 12 niños y su entrenador para salir de la cueva de Tham Luang. Buceaba de regreso cuando, a kilómetro y medio del destino, su compañero descubrió que había perdido la consciencia tras agotar el contenido de su tanque. Intentó reanimarlo con un masaje cardíaco pero fue en vano. El buzo, de 38 años, estaba en plenitud de forma. Practicaba ciclismo y corría con regularidad y se ofreció como voluntario a las operaciones de salvamento. Más de un millar de personas, algunas llegadas desde China o Reino Unido, se afanan en sacar a los miembros del equipo local de fútbol antes de que las lluvias del monzón caigan con fuerza el fin de semana. Los niños siguen recibiendo clases aceleradas de nado y buceo en la plataforma conocida como la «playa de Pattaya» para ser evacuados cuanto antes. Centenares de bombas de extracción siguen rebajando el nivel de las aguas.