Las víctimas, bien de ataques de cualquier tipo, bien de sucesos adversos de la vida, despidos, enfermedades, acoso escolar o laboral, violaciones o maltrato, de cualquier infortunio, son, por desgracia, varias veces víctimas, por mucho que inicialmente reciban el apoyo de la gente. Nuestra sociedad no quiere oír hablar de penas, se cansa de las desgracias ajenas, pone en duda la versión de los que sufren e incluso los culpabiliza («¡por algo le habrá pasado!») y sí, pasados los momentos iniciales de indignación, solidaridad o apoyo, las olvida. Por eso, el estudio que dice que las mujeres que han sufrido cáncer de mama tienen con frecuencia problemas para acceder al mercado laboral o mantener el empleo no hace sino confirmar esa dura tesis.