En cotejo con los de las generaciones más cercanas, los escritores «totales» de nuestros días ofrecen, por lo común, una imagen más desvaída y un valor menos sustantivo. Los periodistas, novelistas sociólogos, politólogos, etcétera que, a la fecha, dan a la luz los más variados productos no poseen, de ordinario, en España la calidad de estilo y la hondura de pensamiento que sus colegas de medio siglo atrás. Para analizar adecuadamente el fenómeno no ha de olvidarse, ante todo, el incremento espectacular experimentado en todas las áreas del saber. Por muy abastadas de conocimientos que se encuentren sus aljabas, hoy es por entero imposible acometer las grandes síntesis que antaño elevaron la cultura occidental a niveles difíciles de imaginar y aun menos de reproducir hodierno. Por consiguiente, ha de acentuarse la indulgencia y comprensión con las que siempre fueron observados los intentos de una escritura «total», esto es, el cultivo por una misma pluma de los terrenos más variados de las artes y las ciencias.

Entre los que muy peraltadamente se alinean en las filas del género literario mencionado figura, según es bien sabido, el Nobel peruano Mario Vargas Llosa. En el camino que emprendiera varias décadas atrás, el último de sus ensayos --La llamada de la tribu. (Barcelona, 2018)-- obedece también al impulso antecitado.

Calificado por él mismo como una autobiografía intelectual desde su comunismo de la Lima de los años cincuenta de la pasada centuria hasta el exaltado liberalismo de su madurez y senectud, son ocho los grandes budas del pensamiento mencionado a los que el autor de La ciudad y los perros pasa acuciosa revista en las páginas de la obra recién aparecida. Con la excepción del venerable Adam Smith, los restantes son novecentistas, incluyéndose entre ellos al madrileño y figura cimera de la europeísta generación de 1913 D. José Ortega y Gasset (1883-l955). Y será justamente a propósito de la reflexión sobre este cuando emerja la principal de las quaestiones disputatae del libro. Con sorpresa llamativa para el lector familiarizado con la historia española del siglo XX, Vargas Llosa se extraña de la deriva estatista que cree detectar en el pensamiento del autor de El hombre y la gente, de modo semejante, por lo demás, a como ocurre en el corpus bibliográfico de varios de los integrantes de la Escuela de Viena aclimatados en Gran Bretaña y Estados Unidos a raíz de la implantación en Berlín de la tiranía hitleriana.

Cuando menos en el caso de Ortega la simpatía o, más exactamente, la aceptación del dirigismo como vector descollante de la acción política en la España de juventud y madurez se entienden bien a la luz de la radiografía más elemental de la sociedad hispana de tal época.

* Catedrático