Se cuenta en El restaurante del fin del mundo (volumen dos de la Guía del Autoestopista Galáctico) que en el planeta Frogstar B utilizan, como método de castigo, el vórtice de perspectiva total. Este aparato muestra al sujeto todo el universo a la vez, y su posición diminuta e insignificante en el mismo. El sujeto, incapaz de soportarlo, muere (menos Zaphod, que no muere porque resulta ser la persona más importante del universo). La cuestión es que un invento que debería conmover (observar el infinito en un vistazo) se usa para matar.

Leo un artículo de hace algunos años, de Rebecca Roache, en el que especula con la posibilidad de hacer que las penas que encajan en nuestro sistema legal resulten más intensas e insoportables para criminales especialmente despreciables. Si es posible, administrando un fármaco, que el cerebro experimente el tiempo lentamente, ¿es adecuado que un preso viva una pesadilla de 40, 100 o 1000 años en, digamos, una hora real? Un pinchazo a las diez, con la sentencia firme, y a las 12 en su casa con 1.000 años de castigo cumplidos. Cuando sea posible transferir la mente a un ordenador, y acelerarla con sus procesadores, ¿estará bien que a un condenado se le exilie a un mundo virtual, haciendo que su mente sienta 100 años en diez minutos? ¿Y exiliar su mente para siempre, y destruir el cuerpo?

Tal vez el debate, como a mí, les desconcierte. Se disocia lo razonable de lo digno. Parte de la naturaleza humana es percibir el tiempo a un ritmo determinado, y que ese tiempo se termine. Hay infinitas fracciones de segundo en un minuto, pero no tenemos la capacidad de vivir en ellas. Si pensáramos tan rápido que pudiéramos vivir una vida en un segundo, ¿por qué usarlo para castigar? ¿1.000 años de rehabilitación, en una hora, serían suficientes para exonerar de un castigo? ¿Estamos seguros de que alguien, hoy ciudadano respetable sin ningún impulso criminal, no delinquiría solo por vivir 1.000 años más antes de seguir con su vida?

Parece hermoso convertir en cien años plácidos la última hora de un enfermo de cáncer terminal. Parece cruel despertar de esos cien años y comprender que no han existido, o al menos asistir a su Apocalipsis. Parece cruel devolver a un condenado, una hora después, a un mundo que no ha tenido tiempo suficiente para perdonarlo, olvidar o pensar por sí mismo. Sería ese un problema importante: ahora todos vivimos el tiempo de modo parecido. Si alguien va diez años a prisión, hay diez años de pensamiento en su familia, en las víctimas y en la sociedad. Con estas superpenas, el condenado volvería, diez años después, a un mundo en el que ha pasado un minuto, y su pena la ha vivido solo él. El mismo sistema permitirá, supongo, tener 1.000 años de vida en una hora de tiempo, para pasarlos investigando o castigado en un infierno. No sorprende, pero apena, que consideremos su uso para dañar antes que para crear. No sorprende que el precio de esa vida cerebral sea, a la vuelta, la soledad.

* Abogado