En medio de esta vida apresurada y convulsa, que no da tregua a su ritmo febril ni en Navidad, llega como un bálsamo el último libro del periodista y sacerdote Antonio Gil Moreno, Coloquios con un monje poeta, que envuelve al que lo lee en lo que el autor llama la «brisa monacal» de uno de esos rincones de paz y reflexión donde el alma se serena, el monasterio burgalés de Silos. Todo partió de las visitas anuales, allá por el mes de octubre, del canónigo de la Catedral de Córdoba y exsubdirector de este periódico a la abadía benedictina y de la amistad entablada con el fraile Bernardo García Pintado. En él, hombre de Dios con los pies firmes sobre la tierra, y encima con afición literaria, Antonio Gil --siempre atento a toda vía de comunicación--, intuyó un filón para transmitir al mundo el transcurrir austero de unos seres que apoyan sus pasos en dos palabras: «ora et labora», reza y trabaja. Así es que en su visita del 2017, cuando una vez más llegó a la hospedería del cenobio para respirar su aroma de «silencio, orden, estética, claustros, rumor de pasos, misterios escondidos quizás entre los altos muros, allá donde la historia se hace paisaje para la contemplación», como relata en el pórtico de la obra, Antonio Gil propuso al fraile amigo la idea, que este aceptó sin hacerse de rogar, de una larga entrevista que acaba de ver la luz, publicada por Ediciones Paulinas. Una conversación sincera y llena de curiosidades --muy recomendable no solo para católicos sino para todo el que quiera saber de otros ritmos y existencias-- que el sacerdote periodista y el monje poeta han elaborado juntos a través de una correspondencia especial. Sí, un carteo por ordenador, porque la espiritualidad no está reñida con las nuevas tecnologías, en el que el uno pregunta y el otro responde, como exige el género de la entrevista, «pero escrita conjuntamente al color y al calor de la vida monacal», explica Gil, que ha querido reflejar «el transcurrir sencillo y sobrio» de una comunidad marcada por unos límites precisos de tiempos y espacios abocados a una sola dirección, «estar con Dios entre cantos y alabanzas, entre rezos y reglas, y a la par, en sintonía permanente con el suelo y el cielo».

Y es que la lectura de estos coloquios que tienen como telón de fondo el mítico ciprés de Silos, incorporado a la literatura universal a través del conocido soneto de Gerardo Diego, deja claro que la cadencia de la liturgia de las horas no pierde el compás de los días al otro lado de las tapias del convento. Como ejemplo, vean lo que, en el capítulo dedicado a la Navidad y todo lo que la rodea, pide el padre Bernardo para el año recién comenzado: «Que ante todo y sobre todo cesen las guerras. Pero para eso tiene que cesar primero el negocio de venta de armas. Que cese también el tráfico, explotación y venta de personas. Que los políticos abandonen el permanente uso del frentismo y partidismo en vez de usar más el consenso, el diálogo y el pacto (...), que los poderes públicos se esfuercen por recuperar los valores humanos». No se puede estar más cerca de los problemas actuales.

En su pausada conversación, cuya banda sonora va del gregoriano al canto de los pájaros, entrevistador y entrevistado abordan la vida de los monjes siguiendo paso a paso el año litúrgico, con sus oraciones, su lucha diaria por seguir las reglas y por el sustento y hasta con sus tentaciones. En suma, se trata de páginas de enorme interés que no solo arrastran esa «brisa monacal», cargada de fe y ensimismamiento, sino el devenir poco conocido de los trabajos y las horas de unos hombres a los que nada de lo humano les es ajeno. Y ahí está el sacerdote periodista para contarlo.