Durante los duros días del arresto domiciliario pude salir bien temprano a por el periódico y me pareció que caminaba por una ciudad desierta. Ni ruido de automóviles, ni de motos, ni de aviones, ni nadie por la calle. La pandemia logró que mucha gente volviese a oír el canto de los pajarillos. Mis propios pasos me devolvieron a época ya lejana cuando el taconeo de las mujeres que se dirigían al amanecer, a “la plaza” para la compra al aire libre era un sonido inconfundible. Los hortelanos ofrecían los bienes de la Madre Naturaleza recién arrancados de sus matas. El sonido de las campanas marcaba el paso del tiempo. Compre en su día Historia del silencio, de Alain Corbin. Me subyugó el capitulo Los silencios de la Naturaleza; ese silencio natural que tanto relaja y como dice el historiador Thoreau: "Solo el silencio es digno de ser oído”. Gordon Hempton apadrina una red mundial de parques urbanos tranquilos para huir del ruido que tanto daña a la salud. Pero como dice este ecologista acústico, “la gente teme al silencio como teme a la oscuridad”. En la mayoría de pequeños parques pueblerinos compite la música ruidosa con el sonido suave de las hojas de la arboleda movidas por la brisa. Pero Hempton en su cruzada se refiere a grandes parques como Doñana y el del rio Zabalo en plena Amazonia, donde se pueda encontrar el silencio de la naturaleza. Una cruzada contra la plaga del mundo moderno: el ruido. Durante el arresto domiciliario muchísima gente no solo ha descubierto el silencio, le ha sorprendido. Porque el silencio perfecto se alió con la inmovilidad.

* Periodista