Con seguridad y confianza en una misma se pueden excretar las mayores gilipolleces, mentiras y sinsentidos de la historia. Con preparadísima seguridad apelan nuestros lídoros y lideras políticas a la Constitución, la Ley Divina o el patibulario Tweet para mantenerse en órbita, salvar el culo, cerrar un debate sobre sus incompetencias o acusar al adversario de incompetente. Uno puede ser as-que-ro-so, en el plano físico y las maneras y, en contrapartida, resultar extremadamente cautivador, cosechando sonados éxitos en el amor o como se llame, siempre que pise y aparque en la acera y te invite y regale y trapichee con «gracia» y seguridad. Tenemos docenas de coachinadores emergentes, de todas las marcas y generaciones, inflando sus carteras de clientes idiotas, publicando párrafos cortados y pegados nefastamente, mintiendo a la cara o la espalda, dispensando precariedad y analfabetismo en todas sus obras, y haciendo negocio al mismo tiempo, gracias a la virtud de moda: seguridad. Y armados de seguridad van los ejércitos, las manadas, las revoluciones, unas y otros, ellas y aquellos, publicando falsedades, compartiendo exageraciones, volando del chisme a la noticia para, finalmente, abrir la boca y despachar absurdos y ganar aplausos que a una mente reflexiva, ingenua o brillante siempre les serán negados por su falta de seguridad. A continuación, cuando se destapan las mentiras y brotan falsos currículos, ineficaces aptitudes, cuernos, plagios, letras pequeñas, perpetraciones y puñaladas y multas, cuando queda patente o se hace oficial o público lo que ya se imaginaba y hasta se sabía, basta con mirar a otro lado, pasar página y seguir atestiguando con la mano en la Biblia y la Constitución, inapelable, convincente y muy-se-gu-ro de ti, que tu niño canta muy bien y el emperador no está desnudo.

* Escritor