Ha vuelto la Feria del Libro que suelo visitarla cuando coincide con mi estancia en Madrid como ahora que cumple 66 años. Desde mi época estudiantil escudriñé los libros allí expuestos. Incluso asistí al espectáculo ferial desde una caseta, donde dediqué un libro sobre Alemania a personas desconocidas que iban a participar de mis reflexiones. En la caseta de al lado firmaba su libro Antonio Muñoz Molina. Aún no era un escritor famoso y había momentos que no se acercaba nadie ni a él ni a mí. Sin embargo en una caseta cercana había incluso cola. Firmaban su libro Las Virtudes, unas chicas que habían alcanzado fama gracias a su programa en TVE. Antonio y yo reflexionamos sobre lo que ya entonces era una realidad. La fama literaria es mucho más difícil de lograr que la fama televisiva o audiovisual. Por esa razón estoy de acuerdo con el escritor Lorenzo Silva: «Me alarma la apuesta por ese libro que se piensa que podrá venderse fácilmente y está dejando fuera obras y escritores que no deberían perderse». Hay muchísimos libros en la Feria del Libro editados este año pero de «bajo octanaje literario». Por eso me pregunto ¿se lee o no se lee? Es evidente que no se leen tanto las verdaderas joyas literarias ni los libros donde brilla la excelencia del autor. Pero sí se leen los libros aupados por los premios, los best seller con alarde publicitario, los de auto ayuda y los relacionados con las nuevas tecnologías. El filosofo Michel Serres escribió Pulgarcita, por la utilización femenina de los pulgares para conectarse con lo que él denomina la «tercera revolución cultural».

* Periodista