Probablemente, si en España se cuidara a las deportistas, la medallista olímpica Ruth Beitia no hubiera entrado en política. pero ahí estaba, en el PP de Cantabria, más bien por su buen nombre y quizá, solo quizá, porque eso de ganar grandes honores para España no es rentable, y su presencia política, de aportaciones amables, también era una forma de vida. Pronto aprendió Beitia que hoy se pasa en segundos del respeto a la ignominia. Opinó una insensatez a las pocas horas de ser nominada candidata del Partido Popular a las autonómicas cántabras, y dos semanas después renuncia tanto a ser cabeza de lista como «a la política». Comprensible. Por un lado, sus absurdas declaraciones metiendo en el mismo saco el maltrato a las mujeres y el maltrato animal no tenían ni un pase. Por otro, el linchamiento de que fue objeto en las redes sociales no lo resiste cualquiera. Y, de una manera brutal, ha visto que no estaba preparada. Hace bien Ruth, como hará bien la consejera Rocío Ruiz en aguantar el chaparrón que recibe cinco años después de escribir un artículo muy crítico con la Semana Santa. No hay que estar de acuerdo con ella, ni con su pluma ácida de entonces, para ver que no es bueno que se haya retractado. Salvo que sea sincera en esa evolución de su pensamiento que ahora confiesa. La era de los linchamientos virtuales continúa.