Se acabaron las camisas de rayas. Se acabaron los pantalones de pinzas. Se acabaron los zapatos de ir arreglado y los calcetines clásicos. Se acabó ir vestido todo el rato como para ir a misa de una. Miró lo que le dio la gana. Eligió lo que no habría elegido si hubiera tenido cerca a la máquina de poner caras, yo eso no te lo veo, cari, pero eres tú el que te lo vas a poner... Escogió cosas que no habría ni tocado si hubiera ido a las rebajas acompañado de la mujer que se había convertido en su exmujer después de trece años de altibajos conyugales.

Frente al espejo del probador ensayó diversas poses, cejas arriba y abajo, una sonrisa pícara apenas esbozada. Allí estaba la figura más que aceptable de un tío resurgido de sus cenizas. Estaba delgado, claro que sí, más delgado que sus compañeros de pádel sin ir más lejos. De hecho le iba bien la talla M. No estaba mal para llevar en el cuerpo cuarenta y cinco primaveras. Poco pelo pero administrado con mucho tacto. Ni asomo de arrugas.

Acalorado, cambiando de perfil ante el cristal, abrochándose y desabrochándose botones tras las gruesas cortinas, se le pasó por la cabeza la idea de un bigote, atrevimiento que su exmujer le había impedido sutilmente las pocas veces que, maquinilla en mano, había probado a dejárselo en la intimidad del baño, ni se te ocurra, cari, se te queda toda la cara de uno de mi pueblo que está malito.

Todo le estaba bien. Cogió contento las perchas con camisas de estampados medio hawaianos y la camisa negra que ponía «Tempus fugit» y las bermudas vaqueras y las bambas de cuadritos. Reinventarse o morir. Tarde o temprano los niños acabarían acostumbrándose a la nueva situación. La vida sigue. Volver al mercado, tienes que volver al mercado, Miguelito, le había repetido varias veces uno de sus mejores amigos.

Había bastante cola. Gente joven en plan esto y en plan lo otro, la música demasiado alta, el aire demasiado fuerte. Miró fotos en el móvil. Selfis recientes. Volver al mercado... Lo cierto es que ya había encontrado a alguien. Laura. Martes y jueves de 7 a 8 en el Vial. Grupo de running, gente del gimnasio. Alguna que otra vez se habían quedado a tomar algo después de correr. Bastante más joven que él, no sabe cuánto exactamente pero bastante. Aproximadamente de la edad de la muchacha que justo ahora se aproxima a la cola, la chica a la que mira haciéndose el interesante para ver si ella lo mira, para comprobar si alguien de la edad de Laura puede fijarse en alguien como él. En principio la chica parece no reparar en su presencia. Luego sí. La chica lo incomoda profundamente cuando le pregunta «¿Es usted el último?». La chica lo destroza cuando se cansa de esperar y le dice a dos chavales: «Me tengo que ir. Vais detrás de este señor». La chica lo hace pensar en la posibilidad de salirse de la cola para soltar la ropa nueva de su vida nueva.

* Profesor