Llevo unos días dedicado en cuerpo y alma a la respiración, en un ingenuo intento por olvidar un pasado demasiado presente y un futuro de una incertidumbre asfixiante. Vivir atrapados entre esas dos formas irreales de tiempo, que solo habitan la imaginación, nos hace perder el valioso tesoro que es el instante. Este instante. Y este instante. Cada vez que respiras hay un instante nuevo donde todo cabe y todo es posible. Si lo dejas pasar, ya no volverás a vivirlo. Solo podrás añorarlo con melancolía y con rabia. La vida es eso que pasa aquí ahora.

Mi consejero espiritual, por llamarlo de alguna manera, me animó a investigar sobre la meditación basada en la respiración. Estamos tan atrapados por este estilo de vida basado en conseguir objetivos y luchar contra la frustración y la infelicidad que cada vez somos más sensibles y accesibles. Y más irritables e iracundos. Y menos pacientes y más violentos. Lo noto en mí mismo: cada día me molesta más una muchedumbre hablando a voz en grito o una bicicleta que pasa a toda velocidad disputándome un paso de cebra o la acera. En esas situaciones llego a sentir el dolor de la rabia y el odio agolpándose en mi pecho y apretando mi mandíbula.

Yo creía que para meditar había que raparse la cabeza, vestir una túnica naranja e invocar a Buda adoptando la posición del loto. Pero es algo más sencillo. Meditar es enfocar la mente en eso que estoy haciendo o que me está pasado o está sucediendo ahí afuera o aquí dentro de mí en este preciso instante. El objetivo parece simple, pero no es fácil de conseguir. Muchos días intentando enfocar la luz de una vela y echar de mi mente ese torbellino de pensamientos, remordimientos, preocupaciones, ilusiones... Y no lo consigo.

Ahora estoy empezando con otra técnica: la meditación basada en la respiración. Tiene su sentido. Respiramos día y noche en todo momento desde el nacimiento. Y aunque la frecuencia de la respiración es muy variable, según nuestro estado de reposo o actividad, podemos respirar unas 20 veces por minuto, o sea unas 1.200 veces a la hora, casi 30.000 en un día, y unos 876 millones de veces en una vida de ochenta años. Respirar es algo que hacemos casi inconscientemente, casi de forma refleja. Es cierto que podemos alterar el ritmo y la profundidad de nuestra respiración e incluso contenerla, pero nos vemos obligados a respirar después de un par de minutos a lo sumo. La respiración está aquí y ahora en este instante. Podemos observarla, podemos escuchar el sonido del aire entrando y saliendo de nuestro cuerpo cada dos o tres segundos.

En palabras del Dr. Jon Kabat-Zinn, el gurú de la meditación y el mindfulness que ha sabido integrar la meditación en la medicina actual: «La respiración representa un papel de extrema importancia tanto en la mediación como en la sanación. Constituye un poderosísimo aliado y maestro en el trabajo meditativo, aunque la gente que no haya tenido entrenamiento alguno en meditar no crea en ella y la encuentre falta de interés».

Con los pocos días que llevo practicando esta técnica meditativa, ya puedo decir que me ha aportado algo. Aún no voy a cantar victoria, porque si dejar el tabaco es difícil, olvidar la odiosa costumbre de darle vueltas a todo y buscar un porqué y un para qué a cualquier cosa que uno se plantea cada santo día es una tarea infinita. Ya veremos si consigo transformarme en otra persona. Porque eso es lo que me haría falta. Necesito disciplina militar para esta empresa. Por lo pronto he comenzado a cortarme el pelo al uno y ajustar mi vida a un horario férreo exclusivamente marcado por el ritmo de mi respiración y mis ritmos circadianos.

Voy a darme un respiro en mi vida, pero no a modo de paréntesis para después volver a las andadas. Quiero dejar mi antiguo yo para siempre. Sencillamente me dedicaré a respirar.

* Profesor de la UCO