La capilaridad entre las diversas lenguas del Estado aún no alcanza un suficiente grado de fluidez. Por ello, en lugar de ser un aporte enriquecedor, en eso de la armonización territorial, las cañas lingüísticas siguen tornándose lanzas. Mismamente, a los castellanos parlantes nos remolonea el uso de ciertos topónimos, cual si la «l» de A Coruña se la hubiese llevado un temporal de Finisterre. Pero tampoco estaría mal permitir traducciones macarras y simpaticonas. «Carajo» está admitido en el templo de la RAE, no así «carallo» la vertiente galaico canalla que se afincó en las Rías Bajas como otra sucursal lúdica de la Movida. Os Resentidos canibalizó la ría de Vigo para la izquierda, mucho antes de esos lunes parados al sol. Y lo hizo en ese terruño de orvallo que, más que guardar las reliquias del Apóstol, parecía el sanctasanctórum del partido conservador.

Y es que Vigo ha sido conservadora a su manera, pues ha conservado una mayoría de las que no se recuerdan. Abel Caballero ha conseguido veinte concejales sobre veintisiete, una auténtica burrada, una envidia nada sana entre otros munícipes con pretensiones que apenas pueden obviar ese rictus estúpido de los que, ante las cámaras, confiesan que no les ha tocado ni un euro del Gordo, pero que se alegran por la fortuna de sus compañeros. Ayudará ese derroche de luminotecnia que Caballero realiza para Navidades, con fanfarronadas de un inglés paupérrimo. Pero hete ahí que el carisma es algo más que una concatenación de bombillas. Es esa esencia indefinible en la que algo tiene que ver una buena gestión. Porque el alcalde de Málaga no es Gary Cooper, pero aguanta el tirón de la vivificación malagueña. Mas he ahí que la voluntad no es cartesiana, pues los jirones del carisma encuentran muchos costurones y remiendos. Carmena pasaba por una meiga chulapona, que ha tenido la grandeza de reconocer que eso del poder son habas contadas y, con las suyas, se va a casa a hacer otros pucheros. Más que la tenacidad, en Madrid ha aflorado la suerte del principiante, y ese nuevo alcalde que se balconeará a la Cibeles parece un Austin Powers en un curso acelerado para encarrilar a naranjas y voxeros.

Eso que llamamos carisma rezuma desde las siglas, y a su pesar. Que se lo digan a Kichi, con el trato de favor en las papeletas, porque por su nombre de pila podían confundirlo en la noche gaditana. Aquí, esa vis atractiva del califato rojo fue mediáticamente disminuyendo, atrapada por la convencionalidad de la alternancia. Y a Isabel Ambrosio no le ha sido suficiente el matiz entre no caerle a nadie mal, y entusiasmar. La capital vira hacia la derecha pese a que la provincia sigue siendo probadamente socialista. Pero tampoco esta última está huérfana de paradojas. Carmen Calvo, la dirigente política con más poder desde Alcalá Zamora -con permiso de Cecilio Valverde- ha visto cómo en su oriundez egabrense los peperos han renovado su mayoría absoluta. Pero esos borrones se pierden en la globalidad, porque hasta los barones más recalcitrantes hacen la genuflexión, tal que Pedro Sánchez fuese el Rey León.

Pero mientras tantos otros practican la geometría variable, Abel Caballero tiene todo el tiempo del mundo para contemplar la fascinante silueta de las islas Cíes. Y eso que el Celta no tiene mucho que celebrar, aunque bastante es no despeñarse a Segunda. Una mayoría super absoluta es otra manera de reinventarse; él, que fue ministro de Transportes en los lejanos tiempos de Felipe González. Fíjense que cuando prometió el cargo ante su Majestad, ni siquiera hacía un sol de carallo.

* Abogado