A pocas semanas del comienzo de la tercera década de la actual centuria los analistas de la política internacional han iniciado ya en otros países más sensibles que el nuestro a la dinámica de las fuerzas que mueven al mundo, encetar pronósticos y vaticinios acerca de lo que nos deparará un decenio que, ha un siglo, se mostró decisivo para la configuración esencial del novecientos, sí en su versión europea como en la española, como también en la casi totalidad de la geografía de Occidente.

Muchos son los augurios y opiniones de cualificados especialistas acerca del rumbo del planeta en los próximos años veinte. El abigarrado y, en conjunto, fracturado panorama internacional hodierno no permite, desde luego, profecías y cálculos medianamente consistentes en el tema considerado. En el Viejo Continente, objeto preferente de glosas y estudios, el horizonte no se dibuja con colores muy airosos. La Alemania postmerkeliana ofrece perspectivas inciertas, pues no son pocas las incógnitas sobre su andadura, una vez privada la nación germana del sólido liderazgo de una de las mujeres estadistas más importantes de la historia universal.

Por su parte, tampoco el Reino Unido se recorta en el inmediato porvenir con un perfil muy halagüeño. Cien años atrás sufrió el primer gran desgarro de su indiscutible hegemonía durante la primera gran etapa de la contemporaneidad europea. Únicamente el afianzamiento de la flamante opción socialdemócrata permitió a la hasta entonces todopoderosa Gran Bretaña conjurar su declive como motor y faro de la democracia liberal en una Europa que asistía al auge arrollador de las dictaduras totalitarias y al de otras simplemente castrenses, como las de la Península Ibérica. Fuera del Viejo Continente, el ascenso espectacular de los Estados Unidos y el de su ya gran rival el Japón del joven emperador Hiro Hito (1924-89) hacían que la decadencia de Occidente, profetizada por Spengler al término de la primera guerra mundial, no tuviera aún realidad (en el supuesto, claro es, de estimar al Imperio del Mikado inserto en los parámetros de aquél).

No obstante, y pese al inicio de su eclipse como superpotencia, Inglaterra, con su ascendiente colonial todavía intacto, usufructuaba una influencia europea que, una vez trascurrida la gran operación quirúrgica del brexit habrá por entero de difuminarse. Sin que la Francia macroniana o postmacroniana pueda en manera alguna erigirse como guía de la Europa del próximo decenio.

Siquiera por vía de exclusión y acorde con sus inmensos recursos materiales y no menos inmensa y abrumadora extensión geográfica, es así como la Rusia de Vladimir Putin se descubre en el próximo decenio, y a la espera del desarrollo de la Alemania postmerkeliana, como el único país europeo con hechuras de gran protagonista de la política internacional. En la mencionada etapa, será el gobernante occidental con mayor experiencia y más dilatado mandato; y en modo alguno resulta descartable que la democracia rusa haya ganado para entonces la autenticidad y vigor exigidos hoy desde países europeos inmersos en oleadas populistas de distinto signo, arrastrados a un indisimulable naufragio de espíritu creador y pujanza ciudadana.

* Catedrático