Ha ingresado en la Real Academia de la Lengua el profesor Federico Corriente. A la mayoría de lectores este nombre no les sonará de nada pero para quienes hemos cursado estudios de filología árabe, Corriente es casi de la familia sin haberlo conocido nunca en persona. Es el autor de uno de los principales diccionarios árabe-español y viceversa. El otro es el de Julio Cortés. Ambas obras se organizan de forma muy distinta, algo que provocaba en los alumnos que teníamos que hacer el gasto importante de comprar uno de los dos diccionarios un dilema casi existencial. Al fin y al cabo, era una inversión de por vida. Tanto el Cortés como el Corriente tenían grandes defensores y grandes detractores y recuerdo debates apasionados. Uno de nuestros profesores intentaba poner paz con la broma de «lo Cortés no quita lo Corriente». Yo me decanté por este último y aún guardo mis ejemplares, donde me pierdo de vez en cuando.

Perderse en un diccionario es un placer oculto que no merece una foto en Instagram, menos aún un triste tuit o una entrada en Facebook. Buscando el rastro de las palabras se puede viajar en el tiempo, descubrir conexiones imprevistas, ser partícipe de la pequeña historia de cada vocablo que es también la historia de los cambios en las formas de vivir, pensar y ser de cada momento. Las lenguas son el espejo de la realidad en la que son usadas pero también del contacto entre mundos en apariencia herméticamente separados. Si algo demuestra la lingüística, más aún cuando es histórica, es que todos los idiomas se han alimentado de otros idiomas, incorporando expresiones o palabras, cambiando el significado de estas últimas por mutaciones específicas que los rastreadores consiguen identificar. La lengua es siempre un organismo vivo que supera a los propios hablantes. Y aunque Corriente en su discurso de entrada en la RAE y refiriéndose a Ana Maria Matute cuenta que los lingüistas saben más del funcionamiento de la lengua como herramienta de estructura compleja más que de las reglas para usarla en la creación literaria, lo cierto es que la suya es un labor imprescindible para cualquiera que quiera dedicarse al oficio de escribir.

Corriente también lamentaba en su conferencia que durante siglos los estudios árabes hayan tenido tan poca presencia en la Península mientras que eran objeto de interés en otros países europeos. El arabista atribuye esta ignorancia voluntaria sobre un campo que forma parte de la propia historia al «antagonismo ideológico y seudorreligioso que permitió a la Inquisición y al medio extremista que la engendró, condicionar y limitar nuestra cultura y vida cotidiana durante siglos».

* Escritora