Un colega curtido en la información política (señor qué cruz) me comenta que en la tradicional copa de navidad ofrecida por el PP andaluz, con Juan Manuel Bonilla de anfitrión, no se cabía este año. Aquello venía siendo un acto de compromiso y eran habas contadas los que acudían a la invitación, pero las tornas han cambiado y, supongo, el propio Bonilla habrá sido el primer sorprendido. En cambio, otro colega, veterano en años de profesión y cargos de responsabilidad, me dice que en la copa de San Telmo, sede del Gobierno andaluz, otrora besamanos a mayor gloria de la presidenta, aquello fue un funeral sin que nadie se atreviera ni tan siquiera a dar el pésame. Y esto no ha hecho más que empezar. Lo que va de la pompa a la circunstancia, del agasajo al si te he visto no me acuerdo, de la pleitesía al rechazo, del laudo a la negación, es un vuelco electoral, una mala noche. Si los socialistas andaluces derrotados son sensatos y de verdad quieren aprender de los fracasos, eso que tanto se vende en los cursos de autoayuda, van a tener ocasiones a puñados para saber cuántos son de verdad, quiénes son de fiar y quiénes se la han jugando marchando con el viento favorable a las gaviotas. Ahora van a presenciar comportamientos sorprendentes que jamás hubieran imaginado en quienes hasta ayer jaleaban las veleidades de Susana. Cantaba Serrat hace unos años, «Bienaventurados los que alcanzan la cima porque será cuesta abajo el resto del camino. Bienaventurados los que catan el fracaso porque reconocerán a sus amigos», y esa puede ser la primera enseñanza, si quieren tomarla, desde la expresidenta al último asesor que van conjugando ya el verbo marchar: marchar, marchemos, y márchate. La política es un modus vivendi nada estable, a pesar de los treinta y seis años del PSOE en el poder. Lección también para los que ahora escalan y recogen felicitaciones rodeados de limpiachaquetas. Recuerden que en la política se sube y se desploma por unas escaleras con facilidad y no mucha vergüenza. Ténganlo presente los unos y los otros, y mientras se reorganizan y limpian el partido, pues como no lo hicieron desde dentro ahora se lo van a limpiar desde fuera, vayan sacando conclusiones los exconsejeros que no serán invitados a los toros, ni a los palcos de la carrera oficial, ni comprometidos a abrir el baile allá donde suenen fanfarrias. Bienaventurados porque, después de quemar tanta cera, ahora van a entender qué es eso de la «ojana», que no es otra que una deformación de la exclamación de júbilo Hosanna, que se canta el Domingo de Ramos. En lo que va de un domingo a un viernes, aquellas palmas jubilosas del hosanna se convirtieron en la puñalada por la espalda: la ojana.

* Periodista