La normalidad es pura fantasía; es un sueño, una utopía ansiada pero nunca vivida. Yo puedo decir que he estado toda mi vida buscándola. Soy libra y mi mayor obsesión fue siempre la búsqueda del equilibrio. Pero cuanto más lo busqué más lejos me vi de encontrarlo. Ya hace tiempo que me entregué al vaivén de la vida. Ya no busco nada, solo encuentro.

En Montilla estamos camino de la nueva normalidad, ya en fase 1 del desconfinamiento, pero mucha gente no se lo cree y sigue con la mente en fase 0. Quizás sea mejor seguir así de precavidos. O quizás no. Tengo mis dudas. Si seguimos todos en casa, estaremos más seguros; pero si no salimos, acabaremos asfixiando la economía. Y hay que seguir viviendo. El riesgo cero no existe.

La normalidad nunca será lo que era. En realidad, nunca fue lo que desearíamos. Ahí afuera, la normalidad de verdad, eso que más se repite o que más dura en el tiempo, es una especie de atractor extraño, una madeja de lana desmadejada, una bulla con cierto orden, un batir de olas rítmico, pero siempre sorprendente. Un fuego que prende, que se aviva, devora un bosque con parsimonia, pero con diligencia, y lentamente se desvanece. La normalidad es un caos que te hace confiarte y cuando menos te lo esperas te sorprende con un meteorito, un tsunami o una plaga bíblica.

Lo que vivimos estos meses es un cruel proceso de aprendizaje. En realidad, algo peor, el recordatorio de un viejo proceso de aprendizaje que no llegamos a asimilar en condiciones. Así somos de olvidadizos. En la pandemia de 1918, la segunda oleada fue más mortífera que la primera, y causó 50 millones de muertes, más que la Gran Guerra que había ayudado a terminar. Esa es también nuestra condición humana. Olvidamos fácilmente las tragedias catastróficas con la intención de buscar una normalidad en la que acomodarnos de nuevo.

La nueva normalidad tardará en llegar. Aún nos quedan por delante las fases 2 y 3 de este desconfinamiento programado. El ritmo al que avancemos o retrocedamos dependerá de las cifras de contagios. A partir de ahí, estaremos expectantes ante una segunda e incluso tercera oleadas, como pronostican los expertos epidemiólogos. Entretanto salimos de esta, confiaremos en el desarrollo de algunas terapias eficaces y, sobre todo, algunas vacunas que nos sirvan para protegernos en el futuro.

Este virus no es más que uno más entre muchos de los que vinieron y los que vendrán. Y no todos son malos ni son igual de malos para todo el mundo. Algunos virus llegaron para quedarse y forman parte de nuestros genes desde hace millones de años. Son los que se conocen como retrovirus endógenos, restos de infecciones virales que afectaron a las células germinales de nuestros antepasados y acabaron transmitiéndose a las siguientes generaciones hasta nuestros días.

Hoy se estima que estos fragmentos de virus suponen hasta el 8% de nuestro material genético. A pesar de estar aquí dentro de nosotros, no tienen por qué ser perjudiciales. Algunos de ellos sí que parecen responsables de ciertos cánceres. Pero lo más interesante para nosotros es que algunos de estos restos de viejas infecciones de virus forman parte de la maquinaria de nuestro sistema inmune, con lo que nos han hecho más fuertes para defendernos y combatir las infecciones actuales. Nuestro organismo aprendió a utilizar las armas de los virus para combatirlos. Y ahora la ciencia está utilizando también virus ya conocidos y atenuados para producir vacunas. Ya se sabe que, para derrotar al enemigo, es bueno conocerlo.

Aunque los humanos actuales seamos en parte hijos de viejos virus, una sopa de virus desconocidos sigue bullendo ahí afuera. Ellos van a lo suyo. Su normalidad es moverse por huéspedes donde replicarse y multiplicarse, ajenos al sufrimiento que causan. Muchos moriremos para que otros sobrevivan. Así es la vida. Así es la guerra. Si nos paramos un momento a pensar, nuestra normalidad no dista mucho de la de los virus. Esta es la normalidad, la vieja y la nueva normalidad.

* Profersor de la UCO