Yo me vacuné hace mucho tiempo contra el lagrimeo futbolero. Sugiero, pues, que desde ahora los aficionados empiecen la misma terapia de cara a la próxima temporada en Segunda B; «un pozo» que por su hondura es tan difícil salir a la superficie. Como aficionado, pero no como un «hincha» al borde de un ataque de nervios, me gusta reflexionar sobre este negocio al que llaman deporte. Se compran clubes al igual que se adquieren participaciones en compañías de toda índole. Pero la inversión futbolística necesita buenos gestores como en cualquier otro negocio. Se cometen muchos fallos a la hora de contratar el entrenador y los jugadores adecuados. Hay un verbo que utilizan mucho los comentaristas de radiotelevisión al retransmitir los encuentros: especular. Pero su significado real es «procurar provecho o ganancia fuera del tráfico mercantil». Es lo habitual en los traspasos de jugadores. No suelen ser los jugadores quienes realmente especulan sino aquellos que valoran su propio interés antes que el del club. Rebobino la moviola de mis recuerdos y me situó allá por los años 40 del siglo pasado en el Estadio América y años mas tarde en el Arcángel. La chiquillería nos acercábamos con emoción a la calle la Plata. En un balcón, creo que la sede del Córdoba, colgaba una pizarra con los resultados de la jornada. Anhelábamos, como siempre, que ascendiese a Primera y así poder ver a los grandes equipos no para aplaudirlos sino para que fuesen derrotados. Ha cambiado mucho el panorama futbolero. Ahora se es partidario del Madrid o del Barcelona antes que del Córdoba. Al revés que entonces.

* Periodista