Para muchos ha resultado sorprendente que la 36 edición de la Supercopa de España, una competición oficial de fútbol organizada por la Real Federación Española que se juega desde 1982, este año se esté celebrando en el estadio King Abdullah Sports City, en la ciudad de Yeda, en Arabia Saudita. En un nuevo formato que enfrenta a los dos primeros equipos del Campeonato Nacional de Liga de Primera División y a los finalistas del Campeonato de España de Copa.

Llama la atención, primero, que un torneo nacional se juegue en el extranjero. Y no precisamente por razones urgentes e imponderables que exigieran llevar al exterior tal acontecimiento. Téngase presente que no se trata de un torneo de verano, ni de una concentración de preparación, ni de un evento particular. Sino de una competición oficial, que se organiza por la Real Federación. Desde luego, entre las razones de la decisión no ha pesado ni la fuerza o comodidad de las aficiones, ni la inexistencia de precedentes en el exterior de torneo oficial alguno. El argumento parece evidente que está más centrado en el reparto económico para el Barcelona CF y el Real Madrid que recibirán un fijo de 6,8 millones de euros cada uno por su participación; el Atlético, 4 millones y el Valencia, 2,5 millones. Cada finalista se embolsará además 12 millones de euros, mientras que cada semifinalista recibirá 8,9 millones adicionales. Así son las cosas, un negocio como otro cualquiera que se marcha al mejor postor. Manda don dinero, como en todo, no se equivoquen. La particularidad es que se hace el negocio bajo el paraguas de la Real Federación que, aunque es una entidad privada debería ser coherente con sus principios estatutarios, por más que quieran argumentar la bondad del beneficio obtenido.

Y resulta provocador, en segundo lugar, el país elegido para celebrar un torneo oficial. Una de las últimas seis monarquías absolutas del mundo, donde no hay división de poderes, ni partidos políticos. Donde la mayor parte de los derechos humanos y libertades fundamentales están prohibidos o seriamente restringidos en el país. Los actos homosexuales son condenados habitualmente con la muerte, hasta junio de 2018 las mujeres no podían conducir vehículos y el derecho al sufragio femenino no se reconoció hasta el año 2011. A pesar de los últimos avances, los más importantes grupos de derechos humanos como Amnistía Internacional y Human Rights Watch denuncian constantemente la falta de protección a los derechos humanos en este reino. Uno de los países que más aplica la pena de muerte en el mundo, incluyendo a los menores de edad, y que incluye el castigo físico entre las penas legales, de lo que da cuenta Raif Badawi, el bloguero que condenado por apostasía que recibió una sentencia de 10 años en la cárcel y 1000 latigazos. Aún colea el escándalo del asesinato de Jamal Khashoggi, sin ir más lejos.

Se convierte así la Supercopa de España en la Supersubasta. Y si hay que blanquear algún régimen con la venta de unas fragatas o una competición, qué más dan los principios. Aquello de la honra y los barcos no sirve en el mercadocentrismo imperante. El poder de los petrodólares desconoce los límites de la ética ni de la coherencia. El dinero no tiene color ni principios, y no cuesta imaginar el reguero de beneficiados particulares que el torneo habrá colmado. El problema de este desatino no es de ellos, sino que evidencia nuestras propias contradicciones. Cosas veredes amigo Sancho que non crederes.

* Abogado y mediador