Estamos en la semana del Mobile World Congress de Barcelona. Y aparte de los desplantes maleducados y la pretendida utilización política de algunos, sumada a los inconvenientes de protestas y huelgas de transporte que ello supone para cualquier asistente, la celebración del evento mundial más importante de telefonía móvil en su 14ª edición, nos sirve de punto de reflexión sobre el poder de la tecnología móvil y su carácter imprescindible en las sociedades avanzadas.

Pese a su corta edad --por ejemplo, fue en 2007 cuando Steve Jobs anunciaba al mundo el nacimiento del primer iphone-- los smartphones son imprescindibles ya en nuestras vidas. Solo en España ya hay casi de 54 millones de líneas móviles, generando las tecnologías y los servicios móviles el 5,46% del PIB mundial el pasado año. Un suculento negocio, en manos del sector privado, de crecimiento exponencial por el desarrollo tecnológico, que se convierte en la nueva religión que promete a todos sus creyentes la resolución próxima de todos los problemas de la Humanidad. Este año se anuncia como la revolución de la conectividad a la red del 5G, que puede cambiar numerosas aplicaciones en nuestra vida diaria, a la vez que crear miles de puestos de trabajo en el desarrollo de esta industria.

Pero el desarrollo de la ciencia plantea numerosos desafíos que no la siguen a la misma velocidad y que no centran el debate ciudadano. La hiperconectividad comunicativa supone una nueva concepción del tiempo-espacio, que son percibidos, respectivamente, como un tiempo más rápido y un espacio más reducido, en lo que sería una nueva acepción de la teoría de la relatividad. La aceleración y multiplicación de los cambios ha llevado, de otro lado, a hablar de la pérdida de solidez de la realidad que conocíamos y su conversión en algo líquido, que fluye y muta constantemente como diría Zygmunt Bauman.

La tecnología no va acompañada, de una parte, de una reflexión sobre el sentido de la misma. Antes bien, la tecnociencia se considera como axiológicamente neutra, cuando en realidad configura a las personas de determinadas manera, como por ejemplo mediante la exaltación de unos determinados valores vinculados con la llamada razón instrumental, tales como la eficiencia, la productividad o la utilidad. La presentación de novedosos robots que enseñan idiomas a nuestros hijos, les cuentan cuentos o hablan con las personas mayores, son otro de los hitos de este año. La gran pregunta es si seremos más felices hablando con un robot programado por un microchip que con un familiar o un vecino. En Japón está creciendo la delincuencia de baja intensidad cometida por personas de tercera edad, simplemente para poder tener comunicación y recibir atención en los recintos penitenciarios.

De otro lado, por ejemplo, sobresale el desafío de la regulación del sector de la telecomunicaciones, que exige leyes más protectoras para los usuarios frente a grandes multinacionales que copan no ya solo la producción de terminales, de obsolescencia programada, con diferentes calidades y aplicaciones, sino que concentran y se reparten el acceso a las redes. O el debate nada desdeñable de la homogeneización occidental de la cultura, lo que se conoce como mcdonalización. Sin perder de vista, que en este desarrollo tecnológico y global, también hay ganadores y muchos millones de perdedores. Demasiadas incertidumbres para este rincón, y para un Congreso basado en impacto económico y cifras de negocio.

* Abogado y mediador