Mamografias, citologías, dispositivos intrauterinos, legrados, partos en seco, embarazos de riesgo... cuando en tu vida has pasado por todo eso, el fatídico día de tu nuevo cumpleaños con una cifra de la que dices ¡Esa no es mía! llegas a la conclusión de que las mujeres nos pasamos media vida sufriendo y, además, en silencio.

Es como si nos fuera inherente tener que pasar por todo ello sin más y compatibilizarlo en tu día a día con la mejor sonrisa, con las horrendas jornadas laborales, con el cuidado de la casa, de los hijos o hasta de los padres y todo ello mientras vuelves al hogar, dulce hogar, con la bolsa del pescado en una mano, en la otra la de la carne y llegas a tiempo de calentar el guisado que se coció a fuego lento por la noche mientras estudiabas.

Pero no, no se alarmen, este artículo no habla de feminismo, esa palabra tan manoseada y malinterpretada por algunos que ahora parecen los salvadores de la patria, este artículo solo pretende reflexionar sobre porqué los avances de la medicina (ojo, aplaudiendo el enorme beneficio que nos reportan y las muchas vidas que salvan) parece que están hechos por un grupo de sesudos científicos varones que no saben de dignidad femenina.

Ese fatídico momento en el que llegas toda mona y de repente te subes a una «camilla de tortura», dejas tu ropa interior dobladita en una banqueta y ale hop, piernas en alto y a que, como si nada, metan y saquen. O ese otro --para mí, el peor-- en que te dicen «quítese la camisa y el sujetador» y mientras conservas los tacones y la falda de cuero por abajo, alguien llega con las manos muy frías te estira el brazo, te lo sujeta en una barra y empieza a rebañarte con ahínco (en el sentido más literal) tu teta, una de tus armas de seducción, lo más femenino que tienes, para depositarla entre dos placas que te la aplastan y aplastan hasta convertirla en una «crepe» con un dolor inhumano. Si los destinatarios fueran hombres ya habría sido inventado otro artilugio que te explore igual pero sin perder de esa manera la dignidad.

Dice mi amiga Ana que no conoce a ningún hombre al que le hayan aplastado un huevo... bueno, yo conozco a uno que gracias a que hace unos días le han detectado precozmente un cáncer de próstata y en poco rato, con una operación de auténtica ingeniería, nuestra medicina más avanzada, esa medicina que no valoramos adecuadamente, le ha extirpado el maligno para devolverlo a la vida. Una vida que sin duda habría perdido si no es por un diagnóstico precoz con una prueba que también a él le quitó la dignidad masculina, mientras miraba «pa Cuenca».

* Abogada