Las fascistas, derechosas o ultraderechistas, porque todo es ponerse, Carmen Calvo, Arancha González Laya y Margarita Robles, han dicho que este Gobierno defiende la libertad de prensa. También lo ha declarado Pedro Sánchez, que debe de parecer a las hordas sumariales de la vigilancia bolivariana algo así como un agente doble -y necesario- de la derechona. La vicepresidenta primera Calvo ha afirmado con clara contundencia que el Gobierno «respeta a los medios tanto cuando nos son proclives como cuando no. El Gobierno tiene que ocupar su lugar y su lugar es el respeto a los medios y a su pluralidad»; la ministra de Exteriores, González Laya, que «Vivimos en democracia y es enormemente importante que la expresión se haga con respeto»; y la titular de defensa, Margarita Robles, que «No comparto que Pablo Iglesias justifique los insultos. Creo que en una sociedad democrática los insultos no pueden ser nunca justificables, ni en las redes sociales ni en ninguna parte. Tenemos que construir una sociedad basada en el respeto y la tolerancia. La crítica es muy sana en democracia, pero el insulto, en lo que tiene de descalificación, de destrucción de puentes, creo que no es aceptable y también tengo que decir que los medios de comunicación son el oxígeno de la democracia y no comparto las críticas ni las descalificaciones que se puedan hacer a los medios de comunicación». O sea: lo que podría ser la letra de un himno nacional, compuesto con seis manos, porque la melodía ya la tenemos. Pero es que Pablo Iglesias tampoco ha naturalizado el insulto: sus denuncias por vulneraciones de su honor, por parte de periodistas y políticos, alcanzan la cuantía de 550.000 €. Así que aquí, como en tantas cosas, tampoco predica con el ejemplo. Si lo que buscas es la confrontación, o llegar a las manos, claro que hay que naturalizar el insulto. Pero si aspiras al entendimiento entre contrarios, por una convivencia, solo nos servirá la naturalización del respeto.

* Escritor