Terminé mi última columna diciendo que cuando el poder le dice a policías y sanitarios que son héroes, lo que les está diciendo es que son sacrificables. Es una idea que quiero rematar. Héctor, uno de los grandes héroes clásicos, pide a Zeus que su hijo «reine poderosamente» y que digan de él cuando vuelva de la batalla: «¡Es mucho más valiente que su padre!; y que, cargado de cruentos despojos del enemigo quien haya muerto, regocije el alma de su madre». El héroe del mudo antiguo se basa en el poder personal, la valentía, la necesidad de estar por encima de los demás y las normas de los demás, la indiferencia a la sangre y a su propia muerte, y la obsesión, constante, por mantener bruñida su fama (cualidades de gran delincuente). Estos rasgos se combinan y condicionan al héroe. Como sabe que su poder es mayor que el poder previsto para imponer las normas, no se somete a ellas. Al no someterse, siempre comienza fuera de la sociedad, a la que se incorpora después como gobernante. Otras veces simplemente se le teme: por eso a Hércules se le prohibe entrar en la ciudad después de su primera prueba.

Para Mumford, la clave está en el talento del héroe para diversas violencias. Yo creo que lo fundamental en el héroe antiguo es que no hace lo que hace por cumplir con un deber. Hace lo que no es deber de nadie. Este reverso, esta audacia, lleva a que el héroe se considere un aristócrata y desprecie trabajar. Él, el héroe, libra de un peligro, pero recuerda: tengo el mismo poder para cortaros, violaros, lanzaros y ahogaros que tenían los bandidos que he abatido. Ahora gobierno yo.

El héroe, en esencia, contribuye al bien común por egoísmo, para engrasar la caja registradora de su gloria. El héroe, a cambio de este despliegue -y a cambio, claro, de exponerse a la tortura y la muerte- no trabaja ni se consume en un oficio o tienda. Es un titán ocioso, que reserva su fuerza. Esta idea justificará en algún momento la indolencia aristocrática, y en el presente sigue engañando a todas la aficiones de fútbol del planeta. El «héroe», hoy un futbolista, se consagra a no trabajar, limitándose a enfrentarse al adversario, simulando hacerlo por el bien común (el equipo), pero haciéndolo en realidad por sí mismo: su gloria, su dinero, su ocio.

El mito griego tiene héroes, el hebreo profetas. Es una transición muy curiosa, aunque ambas son formas de vinculación a la divinidad. En su mayor expresión, el gran héroe religioso, Jesucristo, casi no es violento. Se distingue por su capacidad de soportar dolor más que de causarlo, por sublimar la miseria del pueblo, del que no se distingue como héroe. Sus milagros son curaciones. La policía es el último eslabón del heroísmo griego. Los sanitarios, el de los profetas hebreos. Ninguno de los dos, a cabalidad, puede hacer su trabajo siendo un héroe, porque son algo mucho más importante: gente que cumple con su deber. Y no están ni fuera de la sociedad ni son temidos. Son, han sido, su corazón.

* Abogado