La situación de bloqueo en la formación de Gobierno raya en el ridículo más espantoso. Hace años que no me cabe en la cabeza la desidia o, peor aún, el fatalismo con que dejamos pasar elecciones y elecciones sin que ninguna nos lleve a una situación de estabilidad que, por otra parte, todo el mundo reconoce como algo necesario para poder afrontar con la debida reflexión y racionalidad los numerosos problemas que nos acosan y también para no desaprovechar las oportunidades que desgraciadamente perdemos por falta de un gobierno sólido.

¿Por qué seguimos en lo mismo? ¿Por qué no se han hecho ya algunas modificaciones de la Ley Electoral para favorecer la consecución de mayoría por la fuerza más votada? ¿Por qué no se modifica la ley para hacer inevitable la formación de nuevo gobierno, aunque sea en minoría? Nuestros políticos están dando pruebas de un inmovilismo y de una inercia absolutamente recalcitrantes. Dan ganas de abrirles el coco para comprobar qué es lo que tienen dentro.

Por suerte o por desgracia, si de repente alguno se dejara y efectivamente pudiésemos observar el cerebro de un político, en realidad comprobaríamos que no es en nada diferente al de cualquier ciudadano. Los cerebros de los políticos son tan tontos como los nuestros. Y aquí no se salva nadie. Al menos en principio. A pesar de lo complejo y sofisticado que parece este órgano que nos gobierna, lo cierto es que, debido a la manera en que se ha desarrollado y evolucionado hasta llegar a su más sublime expresión, la del Homo sapiens, nuestro cerebro tiende con facilidad a enfrentarse y resolver los problemas de la forma más simple y cómoda posible. Busca una solución entre las que se encuentra alrededor y arrea con ella. Se le podría aplicar a la perfección el refrán: «Cuando un tonto coge un camino, el camino se acaba y el tonto sigue». Este hecho lo descubrieron para la ciencia en 1974 los psicólogos Tversky y Kahneman. Ese año publicaron en la revista Science un estudio en el que llegaron a la conclusión de que nuestro cerebro tiene dos modos de pensar. Hay uno, el que ellos denominaron sistema 2, que es el que todos suponemos propio de un verdadero sapiens, de una persona medianamente inteligente, vamos. El sistema 2 funciona cuando uno es consciente y tiene una atención plena. Está relacionado con el pensamiento reflexivo y es relativamente lento. Es el que permite cálculos complejos que requieren concentración. Pero luego tenemos el sistema 1, que es más rápido, que nos hace reaccionar, y está relacionado con el pensamiento automático. Funciona con intuiciones, juicios previos e ideas preestablecidas. El sistema 1 es el que funciona en situaciones de emergencia y de estrés emocional, cuando las cosas no se ven con claridad.

Lo más revelador de esta dualidad de modos de funcionamiento del cerebro, del cerebro de un político o el de cualquier otro ser humano, es que, por razones de economía energética, el cerebro usa por defecto el sistema 1, mientras que el sistema 2 está normalmente en un segundo plano. Esto quiere decir que normalmente decimos y hacemos lo primero que se nos viene a la cabeza. ¿Se dan ustedes cuenta del peligro? Por si esto fuera poco, la tendencia a usar el modo automático se completa con otra tendencia también automática de nuestro cerebro: el reforzamiento positivo de la toma de decisiones; el cerebro está contento con la decisión que ha tomado y es difícil convencerlo de adoptar otra solución, mientras tenga alguna justificación que llevarse a las neuronas.

No podemos confiar en la decisión de ningún cerebro, y menos del de un político, sobre todo si se toma bajo presión o por la fuerza de la costumbre. Por suerte o por desgracia, los políticos son tontos porque todos somos tontos. Sea como sea, el futuro del país no puede depender del resultado de una conversación bajo presión. Necesitamos leyes que eviten este absurdo estado de desgobierno que parece que los españoles nos hemos dado inevitablemente. Hacen falta leyes para cerebros tontos.

* Profesor de la UCO