Hemos podido ver durante semanas y meses cómo las naranjas daban un punto de color redondo a nuestras calles y ese toque de color, de naturaleza, no ha estado mal. También hemos observado cómo se ha propuesto dar carta de naturaleza al azahar en nuestra ciudad. Ese olor que impregna los rincones cada primavera quieren convertir en señal de identidad, en el perfume genuino de nuestra tierra. Y esto tampoco ha estado nada mal.

Ahora, precisamente ahora, en el margen de dos semanas en que se completa la floración del naranjo, es cuando Córdoba se torna coqueta y se adorna, como una sultana de antaño, con ese perfume delicado que instila en todos los ánimos. La ciudad toda es una capilla ardiente. Y es ahora, precisamente ahora, cuando cuadrillas de operarios armados de largas pértigas terminadas en artefactos de hierro se dedican a retirar las naranjas, a romper los brotes tiernos, a derribar el pebetero mágico... Y eso está francamente mal.

¿No ha habido tiempo en todo el año? ¿Tenía que ser justamente ahora...? Parece que no tenemos remedio --me refiero a las autoridades municipales, claro está-- y que llevaremos siempre la marca de la improvisación, del actuar errático, de la estéril declaración de principios como marca de la casa. Luego nos postulamos como Ciudad Capital de la Cultura Europea y nos hacen el mismo caso que a un niño que pide la Luna.

Otro error más sobre otro, y sobre otro, y sobre otro... Y no hay forma de abrir un portillo al sentido común, a la exacta planificación, ni forma de dar final feliz al cuento. «Mañana le abriremos respondía, para lo mismo responder mañana» Estos son versos de Lope escritos hace muchos años, pero que ahora vienen muy a cuento...