A nuestra democracia reciente la trajeron al mundo políticos comprometidos con dos cosas fundamentalmente: con sus propios principios políticos y con la democracia. Por supuesto, cada uno enfocándolos desde sus propias perspectivas e ideologías políticas, pero al fin y cabo la gran mayoría de acuerdo con una expresión de todos esos principios políticos: la Constitución. Hasta hace muy poco en política aquella máxima de shakesperiana de ser o no ser, en este caso un político de raza nadie la cuestionaba, pues esa raza era el compromiso con todo lo que representa nuestra Carta Magna. Jamás aquellos padres de la patria hubieran imaginado que un personaje político nacido en la madurez de nuestra democracia iba a cambiar aquel apogtema de ser o no ser a estar o no estar. La nueva praxis dejaba ahora al descubierto que cualquier democracia debe de ser perfeccionada en sus leyes y principios por los propios de los individuos que la conforman y más si estos ejercen cargo de representación política. Ahora estar en política y ser presidente no significa tener unos principios fijos, sino que es como aquello de Groucho Marx de estos son mis principios, si no les gustan tengo otros. Sánchez quiere estar en la Presidencia del Gobierno a toda costa. Aunque para ello tenga que monopolizar la manifestación de la plaza de Colón donde se le ha pedido que convoque elecciones. No solo ya ha dado a entender que las va a convocar --circunstancia que no se la cree nadie--, sino que además le pasa la pelota a los independentistas. Todo con seguir estando donde está. Mientras, los ciudadanos asistimos impotentes y perplejos a una realidad que jamás hubieran visto probable nuestros padres de la patria: que la democracia sirviera tanto para los que quieren ser y los que solo buscan estar. La realidad supera la ficción y hasta la previsión.

* Mediador y coach