Los lletraferits que en un momento feliz de su existencia tuvieron la fortuna de vivir en el Principado catalán y aportar a su neta superioridad cultural sobre el resto del país algún artículo, estudio o libro en que se cimentara y cimenta tan envidiable cualidad, deben inexcusablemente expresar su incondicional solidaridad con los españoles que en la coyuntura se afanan en tierras catalanas por mantener la condición unitaria de la vieja y entrañable Iberia. Su admirable testimonio cuotidiano del mejor patriotismo hispano resulta acreedor al aplauso más encendido y la gratitud más rendida. Sometidos a una creciente asfixia por el arte consumado de los más influyentes medios de expresión al Norte del Ebro y al oprobioso olvido de sus compatriotas al Sur del gran río peninsular, se encuentran sumidos, en vísperas de la grande, inmensa tragedia, cuyo desencadenamiento posee ya fecha en el más dramático calendario español desde los días de la guerra civil, en una profunda hondonera de desconcierto y desánimo. Ante la hostilidad indesmayable de los referidos medios de comunicación y de la mayor parte de las instituciones culturales y las, por lo común, torpes y discontinuas muestras de apoyo del poder central y del resto de la sociedad española, su situación se precariza incesablemente hasta rozar ya en la pura angustia.

¿Qué hacer?

La alianza exitosa de este grande sector de la población con el no menos extenso de la comunidad catalana que comparte sin trauma la doble condición identitaria y nacional, se ha probado hasta el momento de todo punto imposible. Los obstáculos y acaso también, a las veces, los prejuicios son de tal magnitud que no se visualiza en un horizonte próximo tan venturoso escenario. Han sido y son numerosos los esfuerzos, civilmente incluso heroicos, para alcanzarlo; pero la supremacía ambiental, el clima en redor de la opinión pública dominante son de tan abrumadora y tentacular primacía que, a la fecha, ningún parte de la auténtica batalla ideológico-política que se libra en Catalunya de un año atrás ha podido registrar nunca la victoria de dicha causa. Y, al margen de ella, ni la más optimista visión del más ingenuo de los espectadores puede atisbar un final feliz.

De ahí, la trascendencia de que, en estas semanas premonitorias del enfrentamiento desgarrador que, ineluctablemente, se dará en apenas un trimestre entre el torso del país y su porción acaso más sustantiva y esencial, los catalanes enraizados con espontaneidad y naturalidad seculares en el añoso tronco de Iberia experimenten la simpatía más peraltada y el reconocimiento sin mácula alguna de reserva o reproche del lado de los habitantes de una España que ha tenido siempre --y en el ayer más reciente, también-- algunos de los mejores servidores y cantores de sus muchas facetas positivas, herencia y legado que deben de nuevo repristinarse, en una convivencia enriquecida y esperanzada por la asimilación e integración de las experiencias tenidas en una tesitura que sólo los grandes pueblos saben y pueden superar.

* Catedrático