Cuando quedan apenas unas horas de los comicios, todo está pendiente del electorado indeciso que representa casi el 40 % del censo electoral. Lo que supone una proporción enorme sobre convocatorias anteriores y provoca la pregunta ¿por qué está tan vacilante el electorado, con la cantidad de mensajes y medios que tenemos para conocer las propuestas y candidatos que se presentan?

Unos lo explican sobre la mayor oferta de alternativas ahora presentadas, como cuando vas a la compra y la variedad hace que te lo pienses dos veces. Otros lo argumentan sobre la negativa a confesar públicamente la opción de un voto que es secreto y cuya determinación a priori puede incomodar a quien lo manifiesta. Y otros, tal vez, lo exponen desde la deriva de la infidelidad de los propios afines a sus siglas, dado el notable desencuentro de los partidos con la sensibilidad de muchos de sus afiliados y con su propia tradición histórica, que se han sumado al conjunto de los desencantados.

Por definición, uno está indeciso cuando no sabe lo que hacer, cuando no existe ilusión por un proyecto que destaque sobre los demás, pues me temo que la dificultad no está en elegir entre el Jaguar y el Porsche. No estamos en aquellas mayorías absolutas del año 1982 o del 2000. La España indecisa es la del sentido común. La que no se fía de los dos grandes partidos clásicos, por lo mucho que han saqueado las arcas públicas a lo largo de toda la geografía española, por cómo han secuestrado las instituciones y han cebado durante 40 años a los nacionalismos. La España indecisa es la que no se fía de los populismos de izquierdas que nacieron del hartazgo manifestado el 15--M, ni se fía tampoco de los partidos bisagra, que cambian de programas y aliados pescando candidatos en todos los caladeros, ni de los populismos de derechas que nacieron tras la afrenta secesionista y la desigualdad territorial pero que utilizan el sentimiento identitario en forma excluyente sin réplica a los grandes desafíos sociales y económicos de nuestros días.

La España indecisa, no nos engañemos, es la que no encuentra líderes solventes ni coherentes que sean capaces de ofrecer respuestas reales a las demandas clamorosas de nuestra sociedad: la regeneración democrática y el cambio de la ley de partidos, la desigualdad territorial y el desempleo, la quiebra del sistema de pensiones, la incertidumbre del mantenimiento de las políticas sociales y de igualdad, la despoblación y el abandono de la España interior, poner fin a una política educativa errática, a nuestra falta de liderazgo en Iberoamérica y de proyección exterior. La nula autocrítica y la complacencia de un sistema endogámico de partidos, lleva a una ciudadanía cansada de elegir entre lo malo y lo peor, que no quiere votar otra vez con la nariz tapada ni con el discurso del miedo. Lo que puede provocar una reacción bien de omisión y dejadez, o bien sorpresiva de movilización y cambio ante tanto hartazgo.

* Abogado y mediador