El domingo por la noche parecía que estas elecciones del 10 de noviembre no iban a servir para nada después de seguir constatando en las urnas que los electores servimos también para votar a aquel Jesús Gil que se tragó todo el presupuesto de Marbella y encumbrar a la ultraderecha. Pero después de comprobar casi en la madrugada del 10 que Ciudadanos había pasado de estar en una España habitada a otra despoblada y vacía de votos y ver el lunes la cara de Albert Rivera --hijo de catalán obrero de la Barceloneta y de malagueña--, que parecía que asumía errores de cálculo, empezamos a comprobar que las elecciones habían causado mella, como cuando el abogado Javier Nart se apartó de Ciudadanos, lo mismo que Manuel Valls, exprimer ministro de Francia. Pero es que el martes, mientras manteníamos una reunión antiguos seminaristas en la sede de las Hermandades del Trabajo, donde muestra su saber el Ateneo, un socialista de los antiguos, ahora con mucha más experiencia y un perro, me dice que se ha llegado a un acuerdo de gobierno. Miro en ese nuevo mundo que es el móvil y compruebo que las elecciones del domingo 10 de noviembre están sirviendo para algo. Al menos para dar noticias tan contundentes como que Albert Rivera es ciudadano con minúscula y que España puede empezar en este 2019 una senda bastante parecida a la de la Transición porque Pedro Sánchez -ese político al que muchos persiguen por principio-- se había abrazado a Pedro Iglesias, cuyo liderazgo había nacido de aquellas noches en que mi hija había dormido en la Plaza Mayor de Madrid por una España diferente. Que los periódicos del miércoles titulen su primera página con que Sánchez e Iglesias pactan una coalición pendiente de apoyos es una de las anomalías de esta España democrática que ha buscado una y otra vez en las elecciones una solución a su estado. ¿Y si estas elecciones del 10 de noviembre han encontrado la fórmula Sánchez-Iglesias, en apariencia imposible, como la solución para este momento de España? Supongo que nadie pensó en el pasado que el franquista Suárez iba a solucionar con el comunista Carrillo los problemas de aquella España de los finales de los 70 y principios de los 80 en la que empezamos a hacer crónicas y escribir columnas. Pues si encima te dicen que este nuevo Gobierno pretende garantizar la convivencia en Cataluña, crear empleo y revertir la despoblación, o sea, que a mi pueblo no lo destruya la soledad, pues no estaría nada mal el resultado del pasado diez de noviembre. A veces hay noches de elecciones en las que la vida hace un inciso evidente de buena voluntad, pasa de demoscopias y mercadotecnias y se pone a pensar. Y a decidir. Como el 10-N.