Quienes tenemos edades de esquela recibimos o leemos con frecuencia la noticia del fallecimiento de un amigo dos años arriba o abajo de nuestra edad.

En mi caso, recientemente, dos muertes de amigos escritores, bien distintos y bien distintas. Las de Mariano Roldán y la de Manuel Alcántara.

Mariano Roldán era desde luego un buen poeta, y un hombre no fácil. Tenía una excelente opinión de sí mismo y de su obra. Cuando le concedieron el Premio Adonais, creía haber puesto una pica en Flandes, sin considerar que de las varias docenas de premiados que han sido, son y serán solo alguno quedará en la historia de la literatura. Y en cierto modo vivía fuera de la realidad, porque seguramente creía que alguien ha leído o leerá su traducción de La Farsalia.

Con él compartí tareas en la efímera e importante publicación cordobesa Revista del Mediodía (1958-1959) que fundé y que codirigí con Emilio Ruiz Parra.

En aquellos años era lugar común la irreverencia juvenil hacia José Pemán. Curiosamente en este caso refrenó la mía Mariano como en Arquero de Poesía la refrenó Julio Mariscal Montes. Y es que don José María mandaba mucho en el mundo de los versos.

Como yo mismo, Mariano recortaba y guardaba todo lo que le rozaba literariamente, y tenía cosas muy interesantes, como por ejemplo una prolija correspondencia con Rafael Alberti. No sé si en el desgraciado siniestro en que ha muerto esos y otros papeles, y muchos libros, lo han quemado o se ha quemado él al intentar salvar tanta joya de papel. Una paradoja muy triste, muy dolorosa.

Supongo que Manuel Alcántara ha muerto de muerte natural y de viejo; tenía dos años más que yo. Otra persona totalmente distinta, vitalista, optimista, tan venerado en Málaga en sus últimos años como Pablo García Baena lo fue en Córdoba.

Creo que la última vez que vino a Córdoba fue a un acto de la Academia cuando todavía ayudaba yo a Criado en su funcionamiento. Hablamos, como no, de amigos comunes, de Rafael Millán por ejemplo, y recordamos nuestros encuentros semanales en las tertulias de Ínsula. Así como aquellos paseos de copas en las noches de Madrid. No es que fuera especialmente bebedor, pero seguro que Alcántara no se ha dejado en la tierra ningún whisky de menos. Prueba de la veneración malagueña que él recibía lo es que en su viaje a Córdoba lo acompañaba el alcalde de Málaga, como un amigo más.

Buen poeta Manolo Alcántara, era sobre todo un articulista prolijo y muy bueno; miles de artículos publicados lo acreditan. Es decir, estamos hablando de esa categoría superior de Umbral, de Manuel Vicent y de pocos más. Sus artículos circulaban por toda España.

Alcántara fue poliédrico y flexible. Cualquier capricho suyo lo convertía en arte. Así sus comentarios de boxeo, del que era muy aficionado y buen conocedor, eran válidos tanto para el seguidor de los puñetazos como para el gustador de lo bien escrito.

Como homenaje a estos buenos amigos, buenos escritores, haré lo que se debe hacer. Releerlos con suma atención y con reconocimiento humilde y cordial.

* Escritor, académico, jurista