Merceditas, «¿a quién quieres más, a mamá o al progenitor distinto de tu madre biológica?» preguntaba una educadora infantil, entusiasta seguidora de los decretos gubernamentales que semanalmente publica el Boletín Oficial del Estado.

Hubo un tiempo en el que la finalidad del lenguaje era comunicar con claridad con ánimo de ser entendido, si bien tan lógica aspiración ha quedado en el olvido. En un primer momento, el gusto por el eufemismo se limitó a dotar de un halo rimbombante la denominación de ciertas profesiones, en virtud del cual los bomberos pasaron a llamarse funcionarios del servicio de extinción de incendios y salvamento; los basureros se transformaron en manipuladores de residuos sólidos urbanos; y los peluqueros ascendieron a estilistas. Posteriormente, la tendencia hacia el circunloquio se extendió a concretos lugares, y así los hospitales mutaron a ciudades sanitarias; los asilos a residencias para la tercera edad; la cárcel dejó paso a los centros penitenciarios; y los juzgados se renombraron con su actual --y pomposa-- denominación de ciudades de la Justicia. El cupo de la idiotez fue oportunamente cubierto por quienes se referían al recreo escolar como «segmento de ocio», pero más allá de un pueril empeño por dulcificar el entorno, ninguna malsana intención subyacía en lo que no era más que un abuso del estilo perifrástico.

Pero los tiempos han cambiado. Asistimos a una subrepticia campaña tendente al adoctrinamiento a través de la implantación de una neolengua que busca, mediante el disfraz de la palabra, silenciar la realidad. Junto al galimatías en el que, gracias a los adalides del autodenominado lenguaje inclusivo, se ha convertido el idioma oficial, la eutanasia es ahora una ayuda al tránsito a una muerte digna; la prostitución se camufla como un trabajo sexual; y la Navidad es la fiesta del solsticio de invierno. Hoy, el alquiler de úteros con fines reproductivos se encubre como gestación subrogada; las administraciones autonómicas destierran la palabra «hombre» de sus escritos imponiendo en su lugar el uso de «especie humana»; nuestros estudiantes no disfrutan de vacaciones de Semana Santa, sino que comienzan un «descanso entre el segundo y tercer trimestre»; y los padres hemos quedado relegados a la descripción usada por la proselitista profesora de Merceditas.

Debo confesar que no soy inmune a esta epidemia eufemística, y, en ocasiones, al leer tanta estupidez acabo el día hasta las glándulas sexuales masculinas de forma oval que segregan los espermatozoides. Que el ser supremo de las religiones monoteístas me perdone.

* Abogado