No son muchas las jornadas históricas en el Parlamento británico, pero la de ayer martes lo fue. La aplastante derrota sufrida por la primera ministra, Theresa May, y su plan para el brexit negociado con Bruselas durante casi dos años, ha sumido al Reino Unido en una situación de desconcierto político que tendrá hoy una primera etapa en la moción de confianza presentada por la oposición laborista que podría desembocar en una convocatoria electoral anticipada. La carta enviada a última hora del lunes por los presidentes de la Comisión y del Consejo Europeo, Jean-Claude Juncker y Donald Tusk, reiterando que el mecanismo de salvaguarda para evitar el retorno de una frontera física en Irlanda del Norte será temporal, ha servido de poco. La suerte estaba echada. Lo que no se esperaba era la magnitud de la derrota, la mayor sufrida por un Gobierno británico en un siglo.

Si salva la moción de confianza, May podría volver a Bruselas en busca de un resquicio que le permita presentarse de nuevo ante el Parlamento de Westminster con un acuerdo que pueda ser aprobado. Sin embargo, no es la Unión Europea quien debe tener un plan alternativo. Es Londres a quien corresponde esa tarea, y no parece que un plan B pueda ser muy distinto del plan A rechazado, y menos dada la dimensión del voto contrario (432 votos en contra frente a 202 a favor, un resultado que conlleva una derrota aplastante para May). Más bien parece que el acuerdo presentado para la aprobación de los diputados está en vía muerta.

En la ceremonia de la confusión que se consumó en Westminster los diputados dijeron claramente lo que no quieren. El problema está en que no se sabe lo que quieren porque el voto contrario al plan May era de distintos colores, desde el de quienes quieren seguir permaneciendo en la UE a los que quieren salir sí o sí, incluso sin acuerdo. Y entre una y otra postura hay un abanico de opciones, pues están los que quieren ganar tiempo y los que desean convocar un nuevo referéndum.

En estos momentos de consternación conviene recordar a un ausente en la histórica jornada de este martes, a David Cameron, al hombre que por motivos de política interna de su partido convocó el referéndum con extraordinaria ligereza. Dando por supuesto que no ganaría el brexit pensaba acallar así las voces del sector más euroescéptico que no dejaban de acosarle. El resultado de aquel pésimo cálculo político es hoy la mayor crisis que se cierne sobre el Reino Unido con graves daños colaterales en la Unión Europea. Otra lección, esta en positivo, de la jornada es la calidad del debate parlamentario. Envidiable.