Desde el 14 de marzo, más que un confinamiento, muchos habremos vivido un confamiliamiento, es decir, estar confinados con la familia. Una experiencia que, sin duda alguna, muchos recordarán con mucho cariño. Hijos que compartieron largas horas con los padres; aquellos que besaban al desayunar o a la hora de la cena, siempre con prisas y siempre cansados, han sido durante más de dos meses sus compañeros de cama, juegos, estudios, conversaciones, redescubrimientos y replanteamientos. Poder convivir con los hijos es una experiencia que nos ha enriquecido como personas. La familia no es la casa donde vas a dormir, es un conjunto de personas que comparten toda una vida, incluso, en estado de alarma.

Me quedo con el reparto de tareas, haber cocinado platos lentos y conversados, haber compartido sobremesas y teletrabajo, así como innovadoras videoconferencias. Saber lo que sufre un autónomo con su tienda cerrada y formulándose preguntas sobre un mañana incierto, querer superar los límites de tu salón para afrontar los retos de esa gente que está al otro lado de la calle, en otras casas, en otros confines. Y cada día, los registros del dolor, la ruleta de noticias inciertas, la inseguridad y los aplausos de las ocho como bálsamo de esperanza y gratitud.

Ese confamiliamiento ha supuesto abrirse las carnes, demostrar lo mucho que nos queremos, necesitamos y aprendemos juntos. Niños, jóvenes, adultos, un poco menos los abuelos, por un más duro confinamiento, nos hemos mirado a los ojos y nos hemos contado tantas cosas que, alguna vez, teníamos que parar y hablar sosegadamente. Y también hemos sentido la rabia de no poder asistir a los funerales de amigos muy queridos. Un abrazo a todos los que habéis vivido ese trance de dolor y soledad.

Será este un tiempo para no olvidar, aprender y respetar. Con sus palabras: covid-19, pandemia, estado de alarma, confinamiento, contagiados, fallecidos, recuperados, nueva novedad, desescalada, Fernando Simón, solidaridad... y, por qué no, confamiliamiento.

* Historiador