Ya apunté en un artículo anterior que la extensión de la lucha dentro y fuera de Europa convertiría aquel mítico 1968 en un año histórico. El proceso que durante meses tuvo lugar en la República Popular de Checoslovaquia no fue, pues, algo aislado del contexto internacional. Cuanto aconteció en aquel estío tampoco se gestó de la noche a la mañana, sino que ya desde tiempo atrás Moscú se había esforzado por que Alexander Dubcek, en un país socialista que nunca quiso serlo, cambiara el curso de su política liberadora, lo que finalmente condujo en Praga al truncamiento de aquel sueño. Durante el mes de mayo el Pacto de Varsovia ya había diseñado un primer plan para invadir al país hermano, tomado hoy alegremente por millares de turistas que lo inundan para admirar su belleza, y que en nada recuerda a cuanto aconteciera aquel fatídico mes de agosto. Las presiones sobre la dirección checoslovaca venían siendo muy intensas; los soviéticos pretendían que fueran las propias autoridades locales las que frenaran las reformas con el fin de evitar la invasión. No debemos olvidar que se había dado un paso adelante cuando se publicaron los nuevos estatutos del Partido, que lo hacían más transparente y democrático a los ojos del mundo, lo que aumentaba el riesgo de ser imitado por otras democracias populares. Praga, a esas alturas, ya estaba condenada por el Kremlin, como veinte años antes lo estuvo Hungría y dos lustros después Kabul.

Dubcek pretendió allanar el camino hacia un socialismo de rostro humano a través de reformas económicas y la introducción del multipartidismo, la libertad religiosa y la supresión de la censura previa en los medios de comunicación. Con la ocupación, en la llamada ‘operación Danubio’, se extirpó de raíz todo desarrollo democrático; si bien, paradójicamente, aquel acto de fuerza supuso también el principio del fin del comunismo en el Viejo Continente, por cuanto fueron muchos los que dejaron de creer en él. Los camaradas franceses e italianos, por ejemplo, condenaron la invasión, lo mismo que el PCE, que por vez primera daba un rotundo no a la política exterior de la URSS, cortando sus relaciones con el PCChe (las cuales no se restablecieron hasta 1988, ya en época de Anguita). Por el contrario, Fidel Castro, como otros comunistas en el mundo, sí cerró filas con la decisión adoptada por los soviéticos. Sin duda, fue ese comunismo expansionista el que acabó con la autodeterminación de Checoslovaquia y su tímido intento de movilización contra la dictadura de la burocracia del Partido. No alcancé entonces a comprender lo acaecido, y todavía resuenan en mis tímpanos el ruido ensordecedor de aquellas escenas que en la noche del 20 al 21 de agosto dejaran los 2.500 blindados en Praga y el más de medio millón de soldados de las 29 divisiones de cinco países del pacto de Varsovia allí desplegados (URSS, Polonia, Hungría, Bulgaria y República Democrática Alemana, que no llegó a cruzar la frontera), quienes materializaron en una ciudad que aún dormía la ocupación ordenada por Moscú a fin de doblegar a su Gobierno, lo que se saldaría con un centenar de muertos, medio millar de heridos y la expulsión de algo más de medio millón de afiliados del PCChe. La resistencia del pueblo y de los estudiantes fue heroica, con enfrentamientos callejeros, sabotajes y huelgas; pero también inútil, desde que se impuso el toque de queda.

Quien en su día defenestrara a Novotny y lanzara la idea de un socialismo con rostro humano fue arrestado, junto a otros como Cernik, y trasladado a la capital del imperio soviético, donde le obligarían a firmar los protocolos de Moscú, por los que se comprometía a restringir sus críticas al «socialismo real», entre otras demandas. Dubcek regresó a su país el día 27, permaneciendo en el poder varios meses más con la idea de dar visos de legalidad a un gobierno títere impuesto por Breznev, hasta que por fin, al año siguiente, fuera apartado del poder. Moscú no estaba dispuesto a consentir que peligrase su área de influencia, lograda en la zona centro-europea tras la Segunda Guerra Mundial, ni que aquel viejo partido amigo escapara a la tutela de la URSS. Con vigilancia, la Primavera de Praga pudo continuar aún su andadura, si bien gradualmente fueron cayendo sus dirigentes. El día 12 de abril de 1969 Dubcek presentaría su dimisión, siendo expulsado del partido comunista. Estos movimientos contribuyeron a que muchos aprendiéramos la lección, pero en sentido contrario, al ver cómo se las gastaba el Kremlin con su doctrina de la «soberanía limitada». El desarrollo de estos acontecimientos impulsó, sin embargo, los deseos de emancipación por parte de Checoslovaquia que, aunque paralizados durante más de veinte años por los tanques del Pacto de Varsovia, concluyó al fin en 1989 con la revolución de terciopelo, en un movimiento pacífico que puso fin a la era socialista.

* Catedrático