Es una bella canaria. Sus ojos son dos alegres gotas de miel. Por estos días ha hecho un año que estaba sola en la jaula. Había vivido con otros canarios, pero la agredían y la humillaban. En las dulces mañanas de sol, yo colgaba la jaula en el azul de mi azotea. Mi canaria se quedaba muy quieta cuando las aves del amanecer surcaban el cielo, altas y libres, hacia donde está el mar y el infinito. Observé que a veces tenía una lágrima en los ojos. Sé que los pájaros no lloran, pero yo os aseguro que veía llorar a mi canaria. ¿Tendría añoranza de ser libre? Sé que los canarios no pueden vivir libres. Pero yo amo la libertad hasta en las rosas de mi patio. Así que la otra mañana le abrí de par en par la portezuela de alambres. Pasaron unos días sin que mi canaria se atreviese a salir. Se quedaba indecisa, mirando hacia el cielo y hacia el interior de la jaula. Yo le decía: «Ánimo. Coge tu libertad. Es lo único que de verdad posees. No merece la pena vivir sometida. ¿Qué dudas? ¿Tienes miedo? No pasa nada. La vida es el riesgo de la esperanza y la alegría. No puedes vivir muerta. Si te lanzas no caerás en el vacío, porque la vida te recogerá y te dará más vida. Tienes alas. Utilízalas. Has crecido creyendo que sólo puedes vivir en una jaula, pero eso es mentira; es solo una idea en tu mente. Rómpela ya. Tú puedes. Acepta la aventura de existir. Te necesitas a ti misma». El lunes pasado, al amanecer, vi vacía la jaula. ¡Si pudiera expresaros qué plenitud sentí! Yo sabía que mi canaria no era feliz en la jaula, con aquellos machos engreídos, estúpidos, que trinaban hasta con violencia. Los regalé. Me cansé de alimentar a aquellos energúmenos, que no servían ni para criar, y me quedé solo con mi canaria, esa pequeña alma sensible, delicada, bella, que miraba con melancolía las aves del amanecer. Hoy la he visto en lo más alto de un tejado. Ya sé que las canarias no cantan, pero la mía parecía hacerlo. La claridad del alba le doraba las plumas y le encendía una alegría en los ojos, que eran dos vivos azabaches de miel. La saludé: «Hola. Soy feliz. ¿Ves cómo vives? No te preocupes por la jaula. Ya sé que nunca volverás a ella, porque la libertad que has conquistado es para siempre. La sigo colgando para que no te olvides de lo que sufrías prisionera».

* Escritor