En algún lugar de nuestra geografía universitaria más acendrada y entrañable -Santiago, Salamanca, Granada...- bien podría erguirse un viejo café con tan imantadora denominación. No recuerda el anciano cronista que así ocurra, aunque podría ser que estuviera equivocado y algún venerable o flamante establecimiento de tal género se intitulara de la mencionada guisa.

Acaezca así o lo contrario, en las susomentadas Universidades y en varias otras existieron, ya dentro del recinto estricto del Alma Mater o en su redor, cafés en los que al mediodía un grupo no demasiado numeroso de catedráticos y profesores se reunían para cobrar o recuperar fuerzas cara a la hermosa tarea diaria docente o investigadora y comentar los sucesos del día, a la luz no pocas veces de la sabiduría impar de ejemplares académicos. Como cualquier lance o cuestión trascendente, esta también estaba cargada de simbolismo. Sin «sentar cátedra», solo con su bien ganada y ejercida autoridad, los viejos maestros glosaban con penetración insuperable acontecimientos de relieve internacional o patrio, sin temor por ello a descender al escolio o comentario de las peripecias de la propia Alma Mater a la que habían hecho donación de una vida entregada a su noble y muy honroso servicio.

Naturalmente, como en cualquier cenáculo o círculo social, a las veces, oportunistas y «agradaores» se daban cita en estas reuniones matutinas, pero sin mayor éxito en el logro de sus aspiraciones espurias. El genuino espíritu universitario y el rigor intelectual que latían en la base sustentadora de los referidos cafés acababan por expulsarlos. La Universidad española del siglo XX, con lógicos déficits y máculas, afronta el juicio de la Historia con bien erguida postura. La gran mayoría de los integrantes de su estamento docente desplegó una labor acreedora individual y colectivamente al aplauso más rendido. En un país de andadura particularmente enconada a lo largo de la centuria pasada, se afanaron sin descanso por la conquista de una enseñanza a la altura de los tiempos, al paso que a restañar las heridas provocadas singularmente por una clase política que en muy pocos estadios del mencionado siglo ofreció un perfil atractivo y una ejecutoria fecunda en la consecución de las principales metas de la res publica .

La dramática coyuntura que afronta la nación a comedios del urente estío de 2020 impide cualquier incursión por la nostalgia. Las jóvenes generaciones no tienen por fortuna ningún lastre que impida una contribución notable al progreso y convivencia armónica de la sociedad española. Pero deben protegerse a todo trance de cualquier tentación de adanismo. «El café de los maestros», con fidelidad creadora o innovación sugestiva tendría acaso que restituirse como resorte útil e incluso como pieza clave de un estilo universitario, de cuya praxis únicamente frutos serondos se entrojaran para invalidar descarríos y piruetas importados del extranjero más distanciado de los saberes científicos y humanísticos de Occidente.