El Museo del Prado es uno de los rincones privilegiados de la Historia. La celebración en el presente año del bicentenario (1819-2019), por todo lo alto, nos permite una retrospectiva espléndida. La centenaria institución constituye uno de los pilares fundamentales de nuestra cultura, como pinacoteca sin parangón en España, en paridad con los colosos del mundo en el arte del pincel (Louvre de París, Metropolitan Museum of Art en Nueva York, Museo Hermitage de San Petesburgo, Rijksmuseum de Ámsterdam, etc.). La singularidad del Prado se asienta en muchas razones. Su origen decimonónico, durante el reinado de Fernando VII, no es más que el hito inaugural (19 de noviembre de 1919) de un legado que se fragua en siglos anteriores. El monarca absolutista, tantas veces denostado (con razón), tiene el honor de impulsar (junto a la sensibilidad y dedicación de la reina María Isabel de Braganza) el edificio diseñado por Juan de Villanueva (1785) -destinado primeramente como Gabinete de Ciencias Naturales- como Real Museo de Pinturas y Esculturas; denominándose más tarde Museo Nacional de Pintura y Escultura (1968) y Museo Nacional del Prado. Durante la contemporaneidad se crea, con diferentes aportaciones, una magna obra cultural de dimensiones inconmensurables. No se trata simplemente de un museo pictórico -aunque esa sea su principal competencia-, sino un gigantesco compendio de pinturas, esculturas primorosas (desde la Grecia arcaica), artes decorativas (con especialísimos fondos del s. XIX) y una ingente nómina de obras en papel, dibujos y grabados de los grandes maestros (Goya, Ribera). El edificio neoclásico (con la ampliación de Moneo) es en sí mismo una obra arquitectónica principal, pero lo esencial se encuentra en el sobrecogedor bagaje de obras, en la significación artística y estética. Con el contrapunto de la diversidad cultural diacrónica: mano a mano se enfrentan las perspectivas artísticas e históricas en singular batalla; las fórmulas y estéticas tradicionales con las contemporáneas de vanguardia, etc. La magnitud de proyecciones se complementan en un todo que nos permiten reconstruir de forma muy completa nuestra Historia. Nadie que pise el Prado quedará indiferente.

Gran parte de la singularidad y variedad del museo reside en la procedencia del ingente patrimonio. Aunque se trata de una institución creada (ex profeso) e inaugurada en el s. XIX, los fondos tienen una procedencia más añeja, de colecciones de diferente origen y naturaleza: coleccionismo regio desde la etapa de los Austrias, con aportaciones subsiguientes de los Borbones; la herencia derivada del Museo de la Trinidad, que recogía infinidad de obras religiosas de diferentes lugares (confiscadas, etc.), así como del esfuerzo descomunal de compras y adquisiciones. El carácter museístico actual se fragua, claro está, a partir de la iniciativa decimonónica, toda vez que la mayor parte de las obras anteriores respondían mayormente al interés de tesaurizar de los reyes, coleccionando obras de los grandes maestros sin ánimo alguno de mostrar las bellezas, ni la exposición de las pinturas en los términos actuales. Hoy día constituyen una auténtica joya para comprender miles de aspectos. Especialmente los avatares de un dilatado pasado de nuestro país, además de los acopios del entorno europeo. Todos tenemos en nuestra cabeza las imágenes que constituyen nuestro imaginario histórico, formas de vida, fantasías u ordenamiento social: los fusilamientos de Goya; La rendición de Breda y La fragua Vulcano de Velázquez; Doña Juana la Loca de Pradilla; El jardín de las delicias del Bosco... Desde un punto de vista artístico, la pinacoteca del Prado es sobrecogedora. La inmensidad de colecciones y cronologías expuestas (y custodiadas) nos permiten no solamente conocer obras y maestros desde la Edad Media (además de piezas anteriores de carácter distinto), sino lo más importante de las creaciones, como son las técnicas, evolución e interpretación amplia del hecho pictórico en las miradas diacrónicas. Tal como reza en uno de sus epígrafes conmemorativos, un lugar de la memoria pictórica occidental. Quizás lo más destacable sea la elevada nómina de maestros geniales de carácter universal y el carácter superlativo y completísimo en fondos de las grandísimas figuras: Rubens, Goya, Fray Angélico, Velázquez, El Greco, Rafael, Rubens, Van der Weyden, El Bosco, Durero, Berruguete, Rembrandt... A veces, la magnitud inconmensurable de maestros lleva a subestimar obras y artistas de primerísimo orden, quedando obnubilados entre tan gigantesco elenco de pintores.

La celebración del bicentenario se ha planteado en términos grandilocuentes. No es para menos. En el presente año podemos visitar infinidad de exposiciones monográficas (Fray Angélico y los inicios del Renacimiento en Florencia; Velázquez y el Siglo de Oro; Dibujos de Goya…), temáticas (mujeres artistas, Sofonisba Anguissola y Lavinia Fontana), conferencias, difusión on line y redes sociales. El impresionante acervo pictórico del Prado nos hará disfrutar como nunca. Abierto está el mayor espectáculo cultural del año.

* Doctor por la Universidad de Salamanca